- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaa! A pesar de que no tienes ni idea de las cosas, ésta vez te hice caso y me llevé unas cuantas Dudas al trapicheo ¡y las he vendido todas! - Pues ya está dándome mi parte proporcional. - Que barriobajera eres, nena. Pedirle dinero a una pobre y anciana mujer con una pensión con la que no llego a fin de mes... aaaayyyyy que pena llegar a éstas edades y no tener ni un perrito que me ladre... ¡snif!...
- Y el Goya a la mejor actriz es paraaaaaa ... ¡LA COTILLAAAAA! - ¡Calla mala pécora! - Pero si tiene usted los riñones forrados de oro.
Por el rabillo del ojo vi correr a Pompilio bajo los muebles. Iba cargado de calcetines viudos, camino de su escondite secreto. Y me dije que, tal vez, la Cotilla también tuviera uno para guardar sus caudales porque no le gustan los bancos...
Hablé con el árbol de la calle: - Me estás dando una buena idea, nena. Podría guardar cosas en mi boca - ¡Es verdad! - ¡Cobrando un alquiler, claro! - ¿Para qué quiere dinero un árbol? (pregunté extrañada) - Para el día de mañana... - Pero si no tienes gastos... - Están los de Parques y jardines que vienen a podarme de vez en cuando y... - ¡Eso es gratis!
El de las treinta monedas de plata del cuadro de la Santa Cena, dijo: - Harás muy bien, querido. No sabemos lo que pasará mañana. - ¿Dónde escondes tus monedas? (pregunté con la mejor intención) - ¡A ti te lo voy a decir, boba de Coria! - Y corrió a esconderse dentro del cuadro.
- ¡La madre que lo p...! ¿A que descuelgo el cuadro y lo tiro a la basura?
Me acerqué a la pila de lavar del comedor, roja de indignación. - ¿Has visto que tropa, Pascualita? ¡No son de fiar! ... ¿Me estás escuchando, media sardina?
Pascualita dijo algo a mi primer abuelito que estaba en lo alto de la lámpara y nadó veloz a esconderse en el barco hundido. - ¿Qué ha dicho, abuelito? - Que iba a vigilar su tesoro para el día de mañana.
O sea, que aquí todos tienen el riñón forrado, menos yo. Anda qué...
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