miércoles, 13 de marzo de 2024

¡Que susto!

El árbol de la calle ha amanecido mondo y lirondo como si Pascualita se hubiese ensañado con él. Cosa que no ocurrió, dicho por los airados gorriones que tienen sus nidos en las ramas y se han pasado la noche temblando como conejos al quedarse sin el cobertor de las hojas.

En la acera, quedaban cientos de hojas caídas que no han sido arrastradas por el viento hacia los confines de la Galaxia.

Al asomarme al balcón he puesto el grito en el cielo y en los oídos de los vecinos que, inmediatamente, se han soliviantado al unísono. - ¡¡¡Es que ni despertarse tranquilamente se puede en ésta finca!!! - ¡¡¡Y en las adyacentes, tampoco!!! - ¡¡¡¿Dónde está Bedulio el Municipal cuando se le necesita?!!!

- ¡¡¡Tápate las vergüenzas!! (grité escandalizada) - No puedo... snif... No tengo nada que ponerme... ¡snif.... (lloriqueaba el árbol de la calle) El miedo a la sierra mecánica me ha dejado en cueros... - ¡Anda, pues es verdad que se te atragantó el manillar de la bicicleta del Alcalde. Se nota perfectamente. (exclamé, encantada) - Tengo... frío.... brrrr...

Llamé a la abuela contándole el caso del pobre árbol de la calle. - A ver si Andresito tiene algún contacto político que le deba algún favor y puede hacer algo por el pobre platanero.

Dicho y echo. Poco después aparcó bajo mi balcón la furgoneta de Parques y Jardines: - ¡Oh, no, oh, nooo, oh noooooooooooooooooo! ¡Adiós, mundo cruel! (Se despidió de la vida temblando aún más)

Los operarios se pusieron manos a la obra. Al irse dejaron al árbol de la calle tapado con un hermoso y caliente edredón de musgo cubriendo su desnudez. Poco después, con el calorcillo,  asomaron en sus ramas pequeños brotes verdes que, a mediodía, se habían convertido en espectaculares hojas verdes que fueron la envidia de los demás árboles del barrio.

Como decía mi padre: hay que tener amigos hasta en el Infierno.

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