Me despertó el castañeteo de los dientes del árbol de la calle. Harta de oírlo, me asomé al balcón cuando aún no habían puesto las calles. - ¿No sabes temblar en silencio? Despertarás a todo el barrio y luego, quien tendrá que pagar la multa, seré yo. - Hice un desplante torero para dejarla con la palabra en la boca y volver a la cama que levaba un rato llamándome.
- No es... brrr... frío, boba... brrr... de Coria. Es que me... brrr... van a convertir en ... brrr. ... sustento de chimenea y tengo miedo... - ¿Por algo en particular? - Vengan... brrr... za. - ¿Te has metido con los de Parques y Jardines? Mira que eres tonto.
Entonces el árbol se puso a llorar como una magdalena... No. De esas del supermercado, noooo... . Una cascada de lágrimas cayó, de golpe, en el alcorque anegándolo por completo. Del subsuelo llegaron protestas: - ¡¡¡Cerrad el grifo, almas de cántaros, que hay sequía!!! - Pero el árbol siguió llorando con tal intensidad que las raíces pidieron socorro - ¡¡¡Nos ahogamooooos, cabroneeeeees!!! - Fueron unos momentos muy dramáticos.
Cuando el "grifo" se cerró, el árbol respiró hondo y habló ante los personajes de casa que estaban deseosos de saber: - El Alcalde quiere talarme porque el otro día aparcó su bicicleta contra el tronco... ¿Acaso no sabe que a los plataneros nos gusta el hierro? ¿Por qué lo hizo? - ¡¿No me digas que te has comido su bici?! - ¡Si es que me la puso a huevo! -
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