viernes, 12 de abril de 2024

Nada. Que no me entero.

El aroma de una sabrosa paella de marisco perfumó cada rincón de casa. Los primeros en asomarse a disfrutarlo fueron los comensales de la Santa Cena, babeantes, con los dientes largos y los ojos apunto de salirse de sus órbitas. - Lo siento, chicos. Hoy no os toca (el mensaje lo lancé mentalmente)

El árbol de la calle instó a la Cristalera a abrirse de par en par: - ¡Hum, que deliciosa ambrosía! - Me encanta cuando se pega el olor al cristal, Como ésta (me señaló la jodía Cristalera) solo me limpia cuando estoy tan sucia que no hacen falta cortinas, disfruto mucho tiempo de su comida, en éste caso, de la paella .

La emoción pudo con el árbol de la calle y me preocupé cuando lo vi haciendo pucheros porque lo que venía a continuación era un llanto caudaloso rebosando por todos sus poros. Cantidades industriales de lágrimas y mocos cayendo en cascada en el alcorque para escurrirse luego hasta las raíces. Para saber cual es el árbol más llorón de mi calle basta con mirar su copa. Es la más verde y exuberante. 

Pero no se contenta con eso sino que le pone el broche de oro a su sobreactuación, cantando, a voz en grito: ¡Ay, mamá Inés!

En cuanto Geoooorge, el mayordomo inglés, sirvió los cafés en la salita, la abuela y su compañera Cotilla, cerraron la puerta y me excluyeron de la conversación. Tuve que conformarme con poner un vaso de cristal contra la pared y adosar a él la oreja. 

De poco me enteré porque redujeron al máximo los decibelios de sus voces. ¡Será posible tener que andar así en mi casa! Sin embargo, quien se está enterando de todo es Pascualita, a  quién la abuela lleva de broche en la solapa del mini vestido.

¿Qué habrán querido decir con: - ... veneno para hormigas de...?

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