martes, 30 de abril de 2024

El Trueno.

Las ramas del árbol de la calle golpearon los cristales del balcón con insistencia. - ¡Eh, basta ya, gamberras! - La Cristalera lloraba asustada. - ¡Aaayy, que me rompen!

Estaba tan enfadada que fui a por la escoba para liarme a escobazos  con las ramas. Pero la escoba no estaba por la labor de cooperar: - Pertenezco a la Liga contra la Violencia, así que no pongas a prueba mi paciencia. - Quieres decir que... - Pues sí. Hace poco de mi afiliación y todavía me cuesta mucho contener mi ira. - Es que habrá cristales por todo si siguen así. Además, no está el horno para bollos, en cuestión monetaria como para comprar ahora mismo una cristalera... - La escoba, muy puesta ella, dijo unas sabias palabras: - Hablando se entiende la gente.

Aquí hubo sus más y sus menos: - Menos tú (refiriéndose a mi) los demás no somos gente... (dijo una rama)

Finalmente fue mi primer abuelito quien recondujo el asunto. - Dice el árbol de la calle que, desde el TRUENO, de anteayer, está afónico y sordo. - ¡No es para menos! (reconocimos el resto de personajes de casa)

A medida que fue pasando las horas, desapareció el susto. Todo quedó en un anécdota para el día de mañana y se acabó la placidez que se había adueñado de todos, en cuanto la bocaza de madera volvió a cantar, a voz en grito, el brindis de la Traviatta

Hasta Pascualita se encerró dentro del barco hundido de la pila de lavar del comedor, para no oírlo.


 

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