lunes, 22 de abril de 2024

Relamiéndose.

 Ha entrado un vencejo en casa. Eso sí, está bien educado porque ha piado: - Con permiso. - Y se ha colocado sobre el cuadro de la Santa Cena. Un rato después ha preguntado: - ¿Estamos en Primavera? Pensé que tenía el reloj biológico en perfecto estado de revista pero hace un frío de tres pares de narices. 

Como no supimos a quién se dirigía me erigí en portavoz del resto de personajes pero no me dio tiempo a ejercer como tal. Se me adelantó Pepe el jibarizado soltando su OOOOOOOOOO desde la estantería de la cocina. Mira que le gusta hablar al llavero y eso que no tiene cuerdas vocales ni nada que se le parezca. 

Media hora después, harta de escuchar su soliloquio que no llevaba a ningún sitio, llamé a mi primer abuelito. - ¿Qué dice el pesado ese? - Le está contando la historia de su último día al vencejo... - ¡Oh, no! - Me había olvidado completamente de él y tuve un mal presentimiento. - ¡Quietos! (grité al grupo de comensales, hambrientos siempre y con once meses de ayuno por delante) ¡Y tú, sal de ahí o te comerán estos triperos!

Asustado por mis gritos, el vencejo voló hasta la pila de lavar del comedor donde, a la velocidad del rayo, apareció Pascualita entre las algas, con la dentadura de tiburón dispuesta para el almuerzo. - ¡Vete, vencejo, veteeeee!

No tuve que repetírselo. La Cristalera se entreabrió un poco para que pudiera salir y cerró de golpe para que no entrara el frío. 

Por la tarde pregunté por el vencejo al árbol de la calle: - Los gorriones lo han echado con cajas destempladas, celosos perdidos porque las gorrionas quedaron prendadas al verlo volar como un campeón olímpico.

 

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