Aprovechando el último día de fiesta he decidido hacer crespells. Mientras preparaba los ingredientes y moldes en la mesa de la cocina, me he fijado que los comensales de la Santa Cena no me quitaban ojo. - ¿Qué pasa? ¿Hay hambre? - Siempre (dijeron al unísono) - ¿No os bastó la cena de la otra noche? - ¿Cuándo ha sido eso? (preguntó el más despistado) Nadie me dijo nada. - Sí que lo dijimos pero tu siempre estás en orsai. - ¿Eso se come? - ¿El qué? - el orsai ese que decís...
Los dejé con sus discusiones y seguí con lo mío. Por el rabillo del ojo vi venir un pequeño torbellino que acabó dentro del paquete de harina recién abierto y quedó convertido en un diminuto fantasma que reptó por la mesa sin ver nada de lo que había por allí.
Era Pascualita, a la que eché un rapapolvo antes de meter las manos en la masa... de la que tuve que sacar a la sirena varias veces. - ¡Así no puedo trabajar, jodía! ¡Acabarás en el horno!
Entonces me di cuenta del por qué de su querencia. Había puesto a la masa una copita de moscatel y la sirena no le hace ascos a nada. Acabé yendo a pedir una jaula a la vecina. - ¿Tienes pajaritos? - Ha entrado un canario en casa. Veré si puedo cogerlo.
Fue una buena idea la de la jaula. Por lo menos tuve controlada a Pascualita, sobre todo prometiéndole que sería la primera en probar los crespells recién salidos del horno... para que no destrozara la jaula con su potente dentadura de tiburón.
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