viernes, 16 de agosto de 2024

¿Dónde estás, Pascualita?

Sentada en el borde de la pila de lavar del comedor, Pascualita ha adoptado la figura del Pensador. Lleva horas así y tengo la impresión de que solo es una carcasa vacía. Su mente vaga por espacios antiquísimos en busca de vidas pasadas.

Recordó que alguien, en milenios anteriores, contaba a las sirenitas historias terribles e imposibles, de sirenas que perdieron su condición de tales por correr detrás de un ¡humano! y acabar sucumbiendo, solas, en alguna playa desierta de Ninguna Parte.

De repente un día su boca de abrió para decir: - ¿Cómo puede alguien enamorarse de su comida? - ¡Bravo! (gritó su profesora) A partir de aquí, si te sientes atraída por lo que no puede ser, pregúntate si te enamorarías de un bistec ¡No. Claro que no! - Y el mar se llenó de algas bailando la danza del vientre.

Ese día conoció la técnica de cazar la comida y se puso como el Quico de calamares. 

Fueron jornadas en las que aprendió muchas cosas. Entre ellas, a cantar.  Nadie pensó que una sirena de cuarta clase como era ella: pequeña, sin ningún atractivo. Ni siquiera tenía una melena de corales sino unos escasos pelo-algas nada favorecedores que aún la siguen "adornando", tendría algo bueno. Pues sí. Tenía una voz envolvente que le sirvió para darse buenos atracones con sus amigas, algunas de las cuales no podían esconder que la envidia las corroía. 

Enseguida vio que era nocivo tenerlas cerca y comenzó a frecuentar la carne de sus antiguas compañeras. No estaba mal. Aunque era mejor la de los marineros que, hechizados por su voz, saltaban al mar para apresarla. Sus carnes estaban adobadas con licores y Pascualita, pronto fue reconocida por los suyos como una gourmet de primera categoría.

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