Durante unos días di de comer al pez feo de la Cotilla que seguía en la pila de lavar del comedor. Me pareció que tenía demasiados dientes y no me acerqué demasiado. Por otro lado, Pascualita ya estaba harta de la garrafa y me apremiaba para que la trasladara a su hábitat casero del comedor.
Finalmente, la Cotilla se recuperó del ataque del " bicho invisible" como decía ella. - Mira que me ha atacado veces en estos últimos años y todavía no he podido verlo... ¿Y tú? - Tampoco (dije con la boca pequeña) - Tendrías que fumigar la casa, nena.
- ¿Y cuándo dice usted que va a llevarse el pez que trajo? - No he dicho esta boca es mía, boba de Coria. Además, ahí no molesta. - Yo lo decía por si quiere ponerle una nota exótica a su piso. Los guiris suelen apreciar mucho éstas cosas. - ¿Ah, sí?... - Sí. Daría categoría al piso. Incluso podría pedir más dinerito. - ¡Me lo llevo ahora mismo!
En un visto y no visto tuvo metido al pez en la pecera: - ¿Has visto que bonito es mi Pichurri? - ¿Quién? - El pececito, nena, que pareces tonta. - (Otra que necesita gafas, dije para mi. La "otra" es la abuela que ve guapísima a Pascualita)
Poco tiempo después, la sirena estuvo nadando en su pila del comedor. Mi primer abuelito apareció sobre la lámpara del comedor con una sonrisa de oreja a oreja.. - ¿Qué pasa? (pregunté mientras admiraba su nuevo sudario repleto de peces luciendo dientes y lanzando mordiscos al aire) - Entonces, un alarido estremecedor, bajó dando salto por la escalera hasta salir a la calle y desaparecer por una esquina.
- ¿Es la Cotilla, abuelito? - Sí, nena. LA PIRAÑA HA MORDIDO.
Lo miré con cariño y no pude por menos que sonreír: - ¡Que jodío!
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