A oídos de la Cotilla ha llegado aquel rumor sobre el señor Li y el pez feo que encontró ella en la calle. Y montó en cólera. Se acordó hasta de la madre de Fumanchú. No había quien la callara. Los gritos sobrepasaban los decibelios permitidos por el Ayuntamiento. Los vecinos protestaron. Ella, desde el balcón, mostró su dedo truncado haciendo movimientos exagerados.
Desde la distancia que hay del balcón a la acera todo se veía y oía, confuso y se dijeron cosas como éstas: - ¿La Cotilla nos está haciendo una peineta? - Creo que sí. - Noooo. Que vaaa. Nos enseña un dedo. - ¿Un dedo? ¡¡¡Pues yo le enseño dos!!! - No te sulfures, Manolo, que te subirá el colesterol. - ¡Ya lo he subido yo ésta mañana a casa! He traído tres coles.
Aquello se convirtió en un desbarajuste que desembocó en un altercado subido de tono. Razón por la cual, alguien llamó a los Municipales que se presentaron haciendo sonar la sirena de los coches. El despliegue fue tan espectacular que los vecinos aplaudieron a rabiar. - ¡Olé, olé y olé los municipales guapos!
Bajé a la calle para verlos de cerca y preguntar si había candidatos a hacerme un bisnieto para la abuela pero no me dio tiempo a abrir la boca porque Bedulio se plantó frente a mi con la libreta de multas en ristre. - ¡Se te va a caer el pelo por haber montado este sarao! - ¡Ha sido cosa de la Cotilla que está de mal café desde que se le comió la falange el pez feo! - ¡Me importa un rábano! Ha sido en tu casa y... - ¡¡¡ABUELITOOOOOOOOO!!! (grité)
Y mientras Bedulio corría calle arriba despavorido, el señor Li venía calle abajo silbando una melodía de su tierra llena de almendros y cerezas en flor que se comían a las carpas enormes que vivían bajo un puente milenario y cantaban el equivalente a ¡Para ser conductor de primeraaaaa, aceleraaaaaaaaa, aceleraaaaaaaaaa...!
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