sábado, 31 de agosto de 2024

Paseo vespertino.

El calor sigue apretando. Para paliarlo pensé que sería una buena ocasión para sacar a pasear a los comensales de la Santa Cena. Así que, al despertar de la sagrada siesta, lo propuse y contra lo que creí que sería un sí unánime, opusieron un temor a lo desconocido debido a los más de dos mil años que llevan sin pisar una playa.

Insistí una y otra y otra y otra... vez hasta que dijeron sí por agotamiento. Me puse de tiros largos, metí el cuadro de la Santa Cena en una bolsa del súper junto con una botella de agua y... ¡el termo de los chinos ante la insistencia y sobretodo el temor a la peligrosa dentadura de tiburón que exhibió Pascualita.

La vista del mar y el maravilloso espectáculo que apareció ante nosotros calmó los malos presagios y nos dispusimos a disfrutar el momento.

El comensal de las treinta monedas quiso comprar la playa. Me dio un ataque de risa: - Con ésto no tienes ni para empezar. - Los comentarios fueron para todos los gustos, mayormente de pitorreo: - ¡Envidia cochina es lo que tenéis! - Se armó la marimorena, momento que aprovechó Pascualita para saltar del termo de los chinos a la arena de la playa y reptar hacia un grupo de gaviotas que estaban en pleno chismorreo sobre el romance de una de ellas (que no estaba) con un chulito cormorán,

Al primer ataque se saldó con un  mordisco en uno de los muslos de la gaviota más cercana y un brusco aleteo acompañado de un serial de graznidos mientas alzaban el vuelo apresuradas, todas menos la mordida.

Dos horas más tarde, ya de vuelta, pasamos por el mismo sitio. Periodistas, municipales, curiosos, llenaban la playa fotografiando a la gaviota que posaba mostrando, muy sexi ella, un muslo descomunal

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