lunes, 9 de diciembre de 2019

¡Atacan a Bedulio!

No hago más que ir del balcón a la ventana de la cocina porque alguien golpea sus cristales. Primero pensé que serían los bomberos que venían a darme una serenata... No, no es la víspera de las Verges. Eso ya pasó pero, bueno ¿acaso se necesita un día concreto para dar una serenata? ¡Pues no!

Por más que he mirado no he visto a nadie. Entonces he pensado que serían unos guasones sin oficio ni beneficio queriendo gastarme una broma... Cuando ya no he podido más he llamado a los Municipales y han mandado a Bedulio.

Ha llegado hecho un basilisco: - ¡Sabes que no me gusta venir a ésta casa! - Es que tengo miedo y tu me das confianza... (y le sonreí dulcemente)

Mientras hablábamos se repitieron los golpes en los cristales. - ¡¿Lo has oído?! Pues así están toda la mañana y me han puesto de los nervios.

Bedulio abrió la ventana de la cocina y, justo entonces, alguien le arreó un zurriagazo que le dejó la cara hecha un Cristo. - ¡¡¡AAAAAAYYYYYY, QUE DOLOOOOORRRRRRR!!! - Cogí su móvil y llamé para que nos mandaran refuerzos. - ¡¡¡Han atacado al agente!!! ¡¡¡Traigan una ambulancia!!!

En pocos minutos la calle se llenó de sirenas, luces de colores y gente uniformada. El barrio se echó a la calle a ver qué pasaba. Siempre sería más interesante que la programación de la tele.

El pobre Bedulio sangraba como un toro de lidia. Y el caso era que seguíamos sin saber quién, o quienes, eran los responsables.

Al ver mi casa invadida por tanta gente escondí a Pascualita en mi escote y procedí a informar de lo ocurrido a quién quisiera escucharme. Todo el mundo se concentró en el árbol de la calle. - ¡Buscad huellas! ¡Tiene que haber huellas! ¡Sin huellas no hay nada que hacer!

La copa del árbol se llenó de peritos, industriales o no, que buscaban, lupa en mano, huellas. Dos horas después alguien gritó: ¡Eureka, la encontré!. Menudo revuelo se montó entonces. Todos a una se lanzaron hacia la rama marcada por la fama desde ese mismo instante. Y claro, no puedo con tanto peso y se quebró cayendo a la acera, en mogollón, una lluvia de peritos que, apunto estuvieron de aplastar a la Cotilla que llegaba de sus trapicheos.

Resultó que la huella era mía porque hacía dos días había andado por allí en busca de la sirena. Se lanzó propulsada por la cola de sardina, en busca de la comida de los pocos gorriones que todavía no habían emigrado. - ¡Queda arrestada por asalto a una autoridad! (me gritó un municipal.  - ¿Saldré por la televisión? ¿sí? ¡Ay, que ilu.!

Al final se supo que el agresor de Bedulio había sido ¡el árbol de la calle! Y todo por culpa del vendaval que nos tiene en alerta naranja. El viento sacudía las ramas que chocaban contra los cristales. Y fue una de ellas la que, inducida por él, le partió la cara a Bedulio. Lástima. Me he quedado sin salir por la tele.

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