lunes, 16 de diciembre de 2019

De compras al Mercado

Me he llevado a Pascualita al mercado de Pere Garau para que disfrute del ambiente, de los colores de las verduras y frutas, del variopinto paisanaje que deambula entre los puestos de los payeses como si de un zoco moruno se tratara.

Gentes de todos los rincones de la Tierra compran las mismas cosas para, en sus cocinas, convertirlas en platos típicos de sus países. Milagros de la gastronomía.

La sirena mira con atención cuanto nos rodea. Va tan pancha en su termo de los chinos asomando la cara bajo el tapón del mismo. Estoy disfrutando porque se está portando muy bien y yo le voy contando lo que es cada cosa. Para no llamar la atención me he puesto unos pequeños auriculares de avión que me regaló la abuela una vez que fue de viaje. No quiero que la gente crea que hablo sola.

De repente, todo se complica porque, al pasar por los puestos del pescado, la sirena ha saltado sobre un montón de cangrejos azules que movían sus pinzas rítmicamente. ¡Se armó la marimorena!

Cuando el pescadero vio que metía mano al montón y me llevaba dos cangrejos a los que Pascualita sujetaba con manos y dientes, gritó como un energúmeno: - ¡Señoraaaaaaa, no me robe los cangrejooooos! - Y me tiró mejillones a la cabeza. Aún tengo chichones - ¡Soy de Greenpeace y vengo a salvarlos de la cazuela! - ¡¡¡FUERA DE AQUI, PIRADA!!! - El conjunto de pescadores al completo me mostró cuchillos de todos los tamaños y medidas.

De repente, el público se dividió en dos bandos: unos estaban a favor de los cangrejos... en la paella, mientras otros decían que era una crueldad comérselos.

De los cangrejos se pasó a las sardinas, a calamar, a los bonitos, jureles, ostras, gambas, langostas, bacalaos... y pronto todos ellos tuvieron sus partidarios a favor y en contra. Mientras, el pescadero saltó por encima de su puesto para quitarme los cangrejos antes de que yo pudiera soltarlos del "abrazo mortal" de Pascualita.

Me fue imposible y los metí en la bolsa que llevaba, debajo de la lechuga y los tomates que había comprado y me escabullí entre el gentío.

Cuando el pescadero volvió a su puesto habían desaparecido tres langostas, un saquito de almejas y algunas piezas más. La bronca que le echó su mujer superó en decibelios a la escandalera.

Llegamos a casa sin más problemas. Pascualita y yo. En cambio los cangrejos hacía rato que ya no tenían problema alguno.

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