jueves, 5 de diciembre de 2019

Mirando fotos.

Mientras la Cotilla montaba un altar a los Amigos de lo Ajeno dedicado a Urdangarín, la abuela me ha tenido entretenida mirando fotos.

Las había de cuando ella se la jugaba corriendo delante los grises. De la Cotilla, casi siempre llena de heridas y moratones porque iba con la abuela a las protestas obreras y siempre se las arreglaba para quedar en evidencia y cerca de los guardias que cogían lo que tenían más a mano, le daban una manta de palos y la pobre salía a la calle echa un Cristo.

- ¿A ti no te pillaron nunca, abuela? - "Por supuesto que no, para eso me llevaba a la Cotilla" - Huy, que mal me ha sonado estoooooo.

Pero fue cuando encontramos fotos de Pascualita cuando a la abuela se le cayó la baba. - "¡Oooooh, mira que chiquitita era cuando la encontraste en la lata de sardinas en aceite" - Tan pequeña como ahora. - "Pero se la veía taaaan tiernecita, tan frágil, tan... " - Tan mal bicho porque mordía como una posesa. - "Mira que ricitos más monos tenía... " - Son algas amontonadas en su cabeza. - "Que belleza de cola, tan tersa, tan brillante, tan..." - De sardina, abuela, no le eches fantasía a lo que no la tiene.

 Que envidia cochina sentía y todo porque la abuela pasó de largo mis fotos de chiquitina. Tan mona yo, sin dientes, o mellada, con las rodillas llenas de mercromina, con gafas de culo de vaso y trenzas que dejaban a la vista unas orejas de soplillo... muy de soplillo.

De la salita llegó un ruído - ¡Se ha roto la botella de chinchón! (grité mientras me abalanzaba a la puerta.) - En efecto, el chinchón inundaba el suelo, los cristales brillaban a la luz de unas velas y velones encendidos y sobre el altar, una foto enorme de el ex Duque enPALMAdo,  jurando, por su honor, que era inocente.

- ¡La madre que la parió, Cotilla! ¡Ya me está comprando otra botella!

Y aquella mujer que tenía más años que la tos, a quien la abuela dejó sin un triste novio que llevarse a la cama, que recibió más palos que una estera en los años grises, que le costaba horrores llegar a fin de mes, abrió la boca para contar cuentos de sirena y me quedé sin saber qué hacer.

Cuando el aroma del chinchón llegó al olfato de Pascualita, le faltó tiempo para saltar al suelo pegándose un hostión de campeonato y dispuesta a bebérselo todo. Mientras, la Cotilla contó que al crearse el mundo aparecieron las sirenas. Y desde entonces viven entre nosotros.

La Cotilla siguió con su historia pero también siguió al bicho que se retorcía en el cuelo, bañándose en licor. Abrió los ojos como platos y se agachó a cogerla sin perder el hilo de lo que contaba y recibió un buchito de agua envenenada entre los ojos. Gritó, gritó y gritó. Corrió arriba y abajo, siguió gritando hasta que la abuela encontró la solución. Recoge el chinchón con la fregona y la estrujas en la boca de la Cotilla.

Supongo que nos hemos pasado con la dosis porque ahora tenemos ¡dos bellas durmientes a punto de entrar en coma etílico!

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