lunes, 3 de febrero de 2020

La mariposa.


Al abrir la ventana de la cocina entró una mariposa que revoloteaba entre las ramas del árbol de la calle. Debía sentirse cansada y se posó sobre la cola de Pascualita que estaba sentada en el frutero. Se me cortó el aliento al pensar que una cosa tan bonita (¡la mariposa!) iba a ser engullida, de un momento a otro, por la medio sardina. Pero ésta no reaccionaba. Estaba impactada, tal vez por esa belleza, o quizás por su temeridad al ponerse tan a tiro.

Alargué la mano para cogerla antes de que se la comiera y recibí un buchito de agua envenenada en el ojo - ¡¡¡La madre que te parió!!! - Tuve que recurrir al chinchón para soportar el dolor.

La mariposa, o era una despistada o una temeraria. Estaba, tan pancha, sobre una depredadora nata. Descansó un ratito. Después estiró y enroscó su trompa, cosa que llamó mucho la atención de la sirena que seguía atentamente, sus movimientos. Por último levantó el vuelo, se posó en el geranio de la ventana, libó para coger fuerzas para su vuelo nupcial y desapareció entre las pocas hojas del árbol.

De repente, Pascualita saltó tras la mariposa, saliendo disparada por la ventana y cayendo sobre un músico callejero al que dejó sin melenas en un santiamén.

- ¡¡¡Socorro!!! - (gritaba el pobre dolorido y lloroso) - ¡¡¡Me han robado mi personalidad!!!

Corrí, batiendo recórds, escaleras abajo y mientras arrancaba a la sirena de aquel cuero cabelludo mondo y lirondo, por el rabillo del ojo vi a Bedulio que venía en ayuda del nuevo calvo. Pero, al verme, se lo pensó mejor y corrió hasta doblar la esquina de la calle y desaparecer...

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