jueves, 27 de febrero de 2020

¡Super sirena!

Como Pascualita le tiene querencia a estar en el árbol de la calle, he comprado un cubo en la tienda de los chinos del señor Li, lo he llenado de agua de mar y ahora mismo está colgado de una de las ramas desde donde la sirena puede fisgar y chafardear con sus vecinos los pájaros.

Nunca pensé que las sirenas fueran tan chismosas. Pero se lo pasa bien aunque no todos los gorriones la aceptan. Tal vez porque, cuando menos se lo esperan, ya está. saltando dentro de sus nidos y los huevecillos corren peligro de convertirse en tortilla.

De vez en cuando hay gresca y tengo que salir a poner paz tirando unas migas de pan.

Ayer escuché un guirigay de trinos. Pensé que estaban otras vez con lo mismo pero no. Se trataba de otra cosa: un halcón había tomado posesión del árbol y los gorriones intuían que serían su comida.

Esta vez no  me atreví a sacar la escoba por si el bicho se me rebotaba y me sacaba un ojo. Ya sé que tengo otro y que, en lugar de gafas, podría usar un monóculo pero no creo que me hiciera más sexi Así que me dediqué a mirar desde el balcón.

El halcón, conciente de su porte faraónico, dejaba que el miedo dominara a toda la población pajaril y atacar luego, cuando le viniera en gana. Esto sucedió media hora después de que me perdiera el programa de la Esteban.

De repente alzó el vuelo hacia uno de los nidos. Cerré los ojos y escuché el chillido siniestro del halcón y un fuerte aleteo. Lo que vi me dejó pasmada.

Pascualita, tan rápida como él, había saltado al nido atacado con la dentadura de tiburón presta para morder. Y eso fue lo que hizo. Mordió con furia uno de los muslos del pájaro. Inmediatamente, se hinchó y alcanzó, primero el volúmen de un águila, luego de una gallina, de un pavo y siguió hinchándose hasta quedar a medio camino del tamaño del muslo de un avestruz.

El halcón gritó, aleteó, saltó y debido al peso del muslo herido, cayó ... dentro de la cesta de la Cotilla que, en ese momento, iba a entrar en el portal de casa. Del susto, soltó la cesta y huyó despavorida mientras por el suelo rodaban las monedas que había conseguido después de "limpiar" los cepillos de las iglesias.

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