domingo, 5 de abril de 2020

22º día de cuarentena en casita.

Ha llamado la abuela. - "Me han llegado noticias de que te pasas el día saltando de rama en rama del ábol de la calle... ¿Nena, tú estás bien o lo que tienes es de nacimiento?" - ¡Habrá sido la Cotilla! Y no estoy todo el día, solo cuando la sirena y yo nos aburrimos. - "Pues ya estás bajando un colchón a la calle porque un día de éstos te caerás y no quisiera que le pasara nada a Pascualita. A ver si vamos a tener un disgusto." - ¿Y yo? - Me colgó.

Antes de eso le pregunté que día era hoy. - "Domingo de Ramos" - ¿Es amigo tuyo? - "¿Quién?" - Ese tal Domingo de Ramos. - "¡¡¡Que cruz tengo contigo!!!"

Después de explicármelo bien, comprendí que se refería a un día de la semana y a una fiesta religiosa ¡Podría haber empezado por ahí la abuela!

El caso es que, sea domingo o no, para mi siempre es lunes ¡Qué más da! Por eso el aburrimiento se cernía sobre el horizonte y enfilaba el camino de mi casa. Así que, cogiendo a Pascualita con una mano y con la otra la rama que pendía sobre mi balcón, salté al árbol. Una hoja se desprendió y dió dos o tres vueltas antes de iniciar, llevada por la brisa, una ruta turística. Para entonces la sirena y yo ya estábamos subidas a ella.

La gran Esfinge me miró con curiosidad y cuando iba a saludarla, la hoja descendió, entró por un agujero que había en su garra derecha y entramos en la oscuridad hasta que un cielo azul nos iluminó y la hoja cayó al Nilo, flotó unos segundos y se hundió. No me quedó más remedio que nadar hacia la orilla manteniendo a la sirena entre mis dientes porque el agua del rio es dulce y ella es de agua salada.

Llegué a la orilla, seguida muy de cerca por cocodrilos e hipopótamos. ¡Y gané! El faraón en persona me regaló un collar con tres moscas de oro. Fue muy emocionante. Y debido a eso estuve a punto de tragarme a Pascualita cuando bebí una jarra de cerveza calentuja para ¿refrescarme? la boca para dar un discurso.

Menudo cabreo cogió la sirena al darse cuenta que me la podía haber comido. Se puso tan pesada que no me quedó otro remedio que volver a casa para no dar un espectáculo ante toda la realeza. Lo malo fue que me hicieron devolver el collar. - ¿Y las moscas? (pregunté) - Te las puedes quedar. Aquí tenemos suficientes.

En mala hora lo hice. No puedo quitármelas de encima. Creo que me han cogido cariño y son muy pegajosas . Le he propuesto a Pascualita que se las coma pero sigue enfadada. Me ha hecho una peineta y se ha zambullido en el acuario hasta esconderse en el barco hundido.

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