lunes, 27 de abril de 2020

44º día de confinamiento... y sigue... sigue...

Andresito ha llamado a las tantas de la madrugada. Cuando el sonido del teléfono ha llegado al punto de mi cerebro desde el que podía escucharlo he dicho. - ¿Digaaaaa? - Luego dirás que no duermes, nena. Ya pensaba que te había dado un pasmo. - ¿Querías algo, abuelito? - Claro. Te mando a mi madre y a tu abuela. Estarán al llegar porque hace media hora que te llamo para decírtelo y tu estabas en el séptimo cielo... - Repite lo que has dicho, por favor. - ¿Todo? - Lo principal porque, creo y confío, que he oído mal. - ¿Lo de mi madre y tu abuela? - Sí... - ¿Que las mando a tu casa? - Sí...  - Me has escuchado bien. Gracias, nena. Me acordaré de ti en mi testamento y te dejaré mi colección de sellos raros.

¡Y colgó! en el mismo instante en que se abría la puerta de la calle. - ¡Oh, no! Ya están aquí. - Pasad, pasad. Estáis en vuestra casa (era la voz de la Cotilla)

Me hice la tonta cuando vi a mi familia. - Vaya horas de visita... ¿no? - "Pues no. Venimos a quedarnos en plan refugiadas familiares..." - ¿Traéis los papeles en regla? (no se me ocurrió decir otra cosa) - Nena, no debes abusar del chinchón. Ya no te funciona el cerebro (la preocupación de la Momia me emocionó)

Detrás de ellas apareció Geoooorge, cargado con maletas y bolsas. Desde que solo es inglés cada día tiene peor cara. - "Pon esas cosas en mi antiguo cuarto, plis." - Ejem, ejem... perdona pero ahora es el mío jijijijijijiji (la Cotilla bizqueó) - "Mi cuarto siempre será mi cuarto" - Pero es que yo duermo aquí cada noche y eso me da un plus sobre ti que no lo usas nunca. - Las dos amigas me miraron: - ¿Qué dices tú? - Puesta en un brete complicado, dije. - Hasta luego, Lucas.

Me metí en mi cama y un minuto después alguien hizo lo mismo. Me tragué un suspiro. El corazón aceleró su ritmo. Mis nervios estaban tensos como cuerdas de violín a punto de romperse. Finalmente me atreví a alargar el brazo y tocar ... - ¡Por fin, inglés, por fin! - La voz, cascada de la Momia, sonó en mi oído. - Recemos el rosario, nena... Los misterios de dolor...

Petrificada me quedé. En lo alto de la lámpara, mi primer abuelito miraba, embelesado, a la bisabuelastra.

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