jueves, 16 de abril de 2020

33º día de cuarentena.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! ¡Mira lo que traigo para que te entretengas, boba de Coria! - A mis pies dejó un gran saco blanco lleno de ¡harina! Tuvieron que ayudarle dos amigos que venían con ella. - Les he dicho que los invito a comer. - Buen detalle, Cotilla. Ya se podría estirar así algún día conmigo. -  ¿Y cómo llego luego a fin de mes? - ¿Es que yendo con sus amigos no gasta? - No porque venimos a comer aquí. Hay fabada de bote ¿Qué os parece? - Da buten. ¿Habrá vinillo, supongo? - Supones mal porque ésta se estira menos que un portero de fútbolín.

Yo no salía de mi asombro ante la caradura de la Cotilla. - Pero hay chinchón. - A falta de pan, buenas son tortas. (dijo el menos viejo de los dos) - Y se sentaron a la mesa del comedor.

Como yo tenía ganas de guerra, dije: ¿Dónde ha robado ésta harina, Cotilla? (me temblaba la voz de rabia) - La cara se le desencajó y un rictus de tristeza infinita se dibujó en su cara. - ¿Véis cómo me trata? Levanta falsos testimonios contra mi mientras yo, que soy una persona generosa, le traigo un saco de harina de cincuenta kilos. - Los hombres dijeron que si no me daba vergüenza. Dicho ésto se volvieron a sentar, cogieron vaso y cuchillo y empezaron a dar golpes al ritmo de ¡¡¡QUEREMOS COMER!!! La Cotilla se sumó a ellos con una sonrisa de oreja a oreja. ¡Será falsa!

Cuando se fueron todos cogí a Pascualita, la puse en mi escote, porque en el termo de los chinos no cabrá hasta que pierda los michelines. De un salto subí al árbol en el momento justo en que una hojita se desprendía de su rama ¡Y nos subimos a ella!

Al abrir los ojos volábamos en ala delta a una altura considerable. Habíamos cogido una corriente de aire caliente y nos deslizábamos como plumón de pato mecido por la brisa. Que gozada. De pronto me pareció que no estábamos solas: - Será el Angel de la Guarda (pensé) Pero no.

En nuestra "autopista de aire" había un gran despliegue de aguilas y buites dando vueltas, cada vez más cortas, a nuestro alrededor. Cuando una de las garras emitió un destello de poderío solté el ala delta y caímos al vacío. Las aves se lanzaron a por nosotras. Y cuando un buitre nos alcanzó y estiró la pata para agarrarnos, Pascualita que tiene miedo a las alturas y a las caídas en picado, sacó a pasear su dentadura de tiburón y mordió. Yo cerré los ojos hasta llegar al árbol de la calle. En la acera había un enorme buitre con una garra tan descomunal que no le permitía volar, cosa que aprovecharon los gorriones para picotearlo a gusto.

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