viernes, 17 de abril de 2020

34º día de confinamiento.

El cielo de mi calle está alborotado ¡Ha llegado la alegría de la Primavera! ¡Los vencejos! Tienen una energía desbordante. - ¡Mira, Pascualita. Ya han llegado! - Nos hemos asomado al balcón al escuchar sus chillidos para verlos jugar a perseguirse.

Los gorriones jóvenes del árbol los miran curiosos. Los más veteranos parecen molestos o envidiosos ante la llegada de los reyes del aire. Algunas pajaritas suspiran embobadas. Y yo aplaudo a rabiar y me gano la bronca de una vecina - Eso es a las ocho de la tarde, boba de Coria. Siempre vas a destiempo.

La gente está de uñas a consecuencia de la larga cuarentena. Al principio todo eran caras alegres pensando pasar días y días, encerrados con el amor de su vida. Pero todo cansa. Por eso no tengo pareja... y porque tampoco me sale ninguna pero esa es otra historia - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaa! ¿Hablas sola? ¡Madre mía cómo está el patio! Estoy deprimida. Como no se reactive la economía no sé que va a ser de mi. - La Cotilla cabeceaba preocupada. - Usted seguirá cobrando su pensión... - Si pero ¿me pagará el Gobierno los extras? - Claro que le pagará la Paga Doble. - ¿Y los extras? - ¿Qué extras? - Lo que me saco "limpiando" los cepillos de las iglesias, por ejemplo. O lo que gano con el trapicheo porque, ahora, ni se puede salir a la calle, ni abren las iglesias, ni dejan mercancías abandonadas a las puertas de los comercios porque también están cerrados ¡Maldito coronavirus!

- ¿Por qué no le escribe una carta al Presidente del Gobierno y se lo pregunta? - ¿Crees que me responderá? - ¡Naturalmente! No tiene otra cosa mejor que hacer...

Mientras la Cotilla buscaba papel y boli Pascualita y yo salimos de nuevo al balcón a disfrutar de los nuevos vecinos. Y fue tanta la ilusión de volver a verlos y las ganas de volar con ellos, que levanté un brazo para imitarles y en dos segundos estaba jugando con los vencejos a perseguirnos.

Fue tan divertido que se me pasó la tarde volando, nunca mejor dicho. La sirena estaba entusiasmada. Asomada a mi escote, abría los bracitos y chillaba como ellos. Algunas veces pasábamos delante de casa y veía a la Cotilla concentrada en la carta para el Presidente, trazando las letras trabajosamente, y la punta de la lengua asomando entre las mellas de su dentadura.

Cuando el día empezó a declinar los vencejos subieron cada vez más, dejándose llevar por las corrientes de aire hacia arriba... cada vez más alto hasta desaparecer de nuestra vista. Decidí bajar y prepararme un pan con aceite y lo que sea.

- ¡Toma! Ya está lista para echarla al Correo. (dijo la Cotilla) - Déjela en la mesa. Mañana se la llevaré ¡volando!


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