lunes, 20 de abril de 2020

37º día de confinamiento.

Mi casa está invadida. Me gire por donde me gire, veo abuelitos, mayordomo o Cotilla. ¡He perdido mi libertad, mi independencia, incluso mi lado del sofá de la salita! Por eso, en protesta y como terapia para no perder las formas, he trasladado mi cama al árbol de la calle.

Naturalmente ha habido quejas, trinos, picotazos pero he resistido el tirón y cargada con un saco de dormir y una tabla para estar más cómoda, me he instalado en la rama menos concurrida de nidos. aunque he tenido que trasladar algunos a otro sitio.

Pascualita, desde el borde del acuario, no me quitaba ojo y cuando ha visto que me marchaba hacia el balcón, se dio impulso con la cola y cayó sobre el saco de dormir, del que no ha querido bajarse hasta que le he jurado por Snoopy que se quedaría conmigo.

Elegida la rama, he colocado la tabla y solo entonces, me he dado cuenta de que mi primer abuelito también forma parte de mi grupo. - ¿No estarás mejor allí? (le pregunté) - Pero, por toda respuesta, se iluminó como si fuese una bombilla de bajo consumo.

Lo malo de todo aquello vino cuando Geoooorge abrió la ventana de la cocina y al poco rato, los aromas culinarios llegaron a mi nariz y las tripas empezaron a cantar la Traviata.

Para rizar el rizo, cuando mi primer abuelito se encendió los gorriones ya dormían y aquello los despertó. Cogidos por sopresa por lo que ellos pensaron que era un nuevo día después de una noche cortísima, empezó el parloteo y el trajín de un día normal.

Aquello era insoportable. Le pedía al abuelito que se apagara pero me dio a entender que me estaba haciendo el regalo que nunca me había hecho. No tuve valor para decirle lo que pensaba. Me metí en el saco de dormir y cerré la cremallera sobre mi cabeza. Al cabo de un rato, Pascualita y yo sudábamos como pollos y tuve que abrir el saco.

Cuando el abuelito decidió apagarse el silencio volvió al árbol. Por eso el parloteo de las tripas pidiendo comida sabrosa, se hizo más evidente. Hasta la abuela se asomó al balcón. - "¿Decías algo, nena?"

Era noche cerrada cuando ya no pude más y salté al balcón. Como mi cama estaba ocupada por la Cotilla y Geooorge dormía en el sofá de la salita, no me quedó más remedio que acostarme en la bañera.

Cuando el sueño me vencía sonó una voz que venía de la calle, amplificada. - ¡Alto a la Autoridad! Te hemos visto, Manoslargas. Sal con las manos en alto. - Me levanté a ver qué pasaba. Salí al balcón y un foco suave se puso sobre mi cabeza. ¡el abuelito me iluminaba!

La autoridad que llevaba el megáfono era Bedulio. Y Manoslargas un ratero de tres al cuarto con el que me habían confundido cuando salté a mi balcón. - ¡Quedas detenido! - ¡Bedulio, que soy yo! - Peor me lo pones, boba de Coria ¡Que cruz tenemos contigo!

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