lunes, 6 de abril de 2020

23º día de cuarentena.

De vez en cuando escucho la lista de muertos por ésta Pandemia en Baleares, en España, en el Mundo y tengo la impresión de que están hablando de una película de miedo. Y no es así. Esto es mucho peor que la más terrorífica de las películas y siento mucha pena por tantos seres humanos desaparecidos, generaciones enteras más las que ya no nacerán nunca, y por los familiares que no han podido acompañar a los suyos en sus últimos momentos. Es un gran dolor extendido por toda la faz de la Tierra.

Y mucho el coraje de quienes luchan por salvar vidas y ven como la Muerte se las lleva. Cuando todo termine necesitarán mucha ayuda psicológica para digerir lo que ha pasado en tan poco tiempo...

Estoy en casa. No puedo salir y no me quejo. Se me tendría que caer la cara de vergüenza si lo hiciera. Todos los míos están bien ¿qué más puedo pedir? ¿Y que doy a cambio? ¡Nada! Por eso intento sacaros una sonrisa todos los días con la ayuda de mi familia virtual.

Os deseo mucha salud a tod@s.

Las tres moscas egipcias siguen en casa, aunque ya no son de oro. Quizás nunca lo fueron y lo que ocurrió fue que me deslumbró el sol del desierto y lo vi todo dorado. ¿Cómo voy a empeñar unas moscas en caso de apuro? Que mala pata.

Salir al balcón éstos días es imposible porque me sube la líbido (eso decía la abuela cuando veía un tio bueno) y no porque la Primavera me altere más de lo normal pero ¡es que los gorriones y gorrionas, están todo el día dale que te pego en sus nidos! Tengo que perderlos de vista.

Con ayuda del guante de acero metí a Pascualita en el termo de los chinos, me lo colgué del cuello y salté al árbol de la calle. Los pájaros, asustados, se revolvieron nerviosos y montones de plumitas flotaron en el aire. Y algunas fueron a parar a mi nariz. - ¡¡¡AAAAAAAAAAATCHIS!!!

Cuando me sequé las lágrimas por poco me mato. Estába subida en lo alto del palo mayor de una de las carabelas que marchaban a descubir América. - ¡¡¡Socorroooo!!! - Grité hasta desgañitarme mientras aquella cáscara de nuéz daba bandazos a troche y moche. Estábamos en plena tormenta en medio del Atlántico.


Por si fuera poco, Pascualita estaba loca por salirse del termo. Tan rabiosa estaba que saltó desde aquella altura y sería por el mareo, o por mala puntería, el caso es que cayó en la cubierta del barco en lugar de hacerlo en el agua. Me tiré tras ella... con tan mala suerte para el Almirante, que le caí encima y lo aplasté contra el suelo. La sirena, que seguía enfadada conmigo, reptó hasta mi, con la dentadura de tiburón presta a morder. Afortunadamente, tropezó con la cabeza de Colón y, antes de que pudiera decir Amén, había perdido su hermosa melenita.

Con Pascualita en la mano volvímos rápidamente al árbol de la calle antes de que nos tiraran a los tiburones... Así que cuando veáis los retratos del Almirante pisando tierra conquistada, recordad que ese pelo no es suyo. Es una peluca.





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