lunes, 21 de septiembre de 2020

La excursión.

 Hace tiempo que no voy de excursión con mis amigos, Pepe y Pascualita, y mi primer abuelito. Me paso la vida metida en casa, salvo cuando voy a trabajar... Sin embargo la Cotilla está todo el día en marcha: que si "limpiando" los cepillos de las iglesias que se adjudicó a si misma hace ya tiempo. Más el trapicheo que la tiene entretenida día y noche para ganarse unos euros que la ayuden a llegar a fin de mes. Y eso que los cien años ya no los cumple.

Otro tanto pasa con los abuelitos que no dejan de ir a El Funeral ya sea para celebrar cumpleaños, bodas de oro o diamante. O festejando la colocación, en la Pared de los Finados, de la foto del últim@ soci@ que se ha dado de baja de ésta vida. Después los honran con la música, los bailes, las bebida y la juerga que más les gustaba. Y la Momia, que ya empieza a competir en edad con Matusalem, se pasa el día bailando samba con los cubanitos culito-respingones ¿Y yo? ¿Qué hago yo? Comer fabada, o albóndigas de bote y... ¡Ah, sí! Ver el programa de la Esteban. 

Hoy voy a romper mi rutina y nos vamos, los de casa, de excursión. 

Con Pascualita colocada en plan broche en mi solapa. A Pepe el jibarizado de llavero  y a mi primer abuelito subido en mi cabeza, salí al balcón, al que he colocado unas tablas para no despeñarme por el agujero, y entré en el árbol de la calle por la rama que tenía más a mano. Hubo un conato de rebelión entre los gorriones cuando la sirena se lanzó a por uno de ellos. Menos mal que la cogí al vuelo en el momento en que una hojita caía a mis pies y me subí a ella.

Al abrir los ojos me encontré en medio de una película- ¡Que chulo! (exclamé)

Estaba a los pies de un cadalso en el momento en que la guillotina decapitaba... ¡decapitaba! a un actor. - Caray (pensé) ¡que realismo!

Alguien me empujó hacia la escalera. Estaba emocionadísima a pesar de los tirones de pelo del abuelito, del OOOOOOOOOOOOOOOOOOO de Pepe y del mordisco envenenado que me dio Pascualita en un pecho. Gracias a él no pude subir al cadalso, a pesar del cabreo del verdugo, porque grité, lloré, moqueé, blasfemé, corrí dando vueltas a la guillotina... de dolor mientras el pecho crecia y crecía hasta arrastrar por el suelo y no poder levantarlo del peso. 

Enfadada ante tan poca consideración por parte de aquella gente escandalosa, me subí (como pude) de nuevo en la hojita y al abrir los ojos estaba en la rama del árbol. Me costó dios y ayuda entrar en casa, de lado y arrastrando un pecho digno de llevarlo a un circo e invitarlo a pipas.

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