lunes, 14 de septiembre de 2020

Menuda noche.

 - "Nena, Andresito está de capa caída, como siempre que llegan la Primavera o el Otoño y no hay quien lo aguante. Geoorge y él han salido para tu casa. Quédatelo unos días," - Y sin darme tiempo a opinar, colgó. Me acababa de despertar de un sueño muy profundo y eran las cuatro y media de la madrugada. En momentos así mi cerebro duerme a pierna suelta y la ladina de la abuela lo sabe y se aprovecha.

Esperé junto a la puerta para que no llamaran al timbre y despertaran a todo el edificio. El inglés y el abuelito segundo, entraron arrastrando los pies y una maleta comprada en la tienda de los chinos del señor Li. Con un gesto de la mano, indiqué el camino hasta el antiguo cuarto de la abuela. Cerré la puerta de la calle y me acosté a toda prisa para no espabilarme más.

De pronto un alarido desgarrador resonó, rebotó en las paredes, salió luego por las ventanas abiertas y metiéndose en todos lo pisos de la finca y de las adyacentes. 

Salté de la cama asustada, pensando en Pascualita que suele deambular a rastras por los pasillos y les había atacado.

Otro grito estremecedor, que ésta vez sonó en estéreo, me puso los pelos de punta. Los vecinos, desvelados ya, fueron encendiendo las luces de sus dormitorios mientras no se privaban de insultar como carreteros... no sabían a quién.

Al llegar al cuarto de la abuela me di de bruces con el abuelito y el inglés que salían despavoridos: - ¡¡¡GO, GO!!! (decía uno) ¡¡¡ANTES MARTIR QUE VIOLADO!!! (decía el otro)

Un rato después, con el rellano lleno de vecinos alborotados pidiendo mi linchamiento, el abuelito, Geooooorge y yo estábamos sentados en la cocina tomando un te con chinchón, en tazón. 

El tembleque de los dos hombres no había desaparecido: - ¿Qué ha pasado? (pregunté al tiempo que, mentalmente, me comunicaba con mi primer abuelito, subido en lo alto de la nevera ¿has sido tú? Pero lo negó y le creí)

- Nos hemos metido en la cama sin encender la luz para no despertar a nadie... ¡y allí había algo que gritó como si la mataran! - ¡Ser ¡Cotillau! ¡¡¡Y querer violirme a mi!!! - ¡¡¡Y a mi!!! (dijo Andresito) - Menos mal que el chinchón los fue calmando y se quedaron dormidos en las sillas. Mientras, en el quicio de la puerta de la cocina, la Cotilla, con la cabeza llena de rulos, se quejaba amargamente: - ¡Que chasco! Y yo creyendo que me los mandaba algún dios...





No hay comentarios:

Publicar un comentario