martes, 22 de septiembre de 2020

Noche ajetreada.

 Me he pasado la noche en vela porque, en cuanto cerraba los ojos, una espiral en rojo, blanco y amarillo giraba sin parar a toda velocidad y me llevaba volando hasta la tienda del señor Li que, convertido en Fumanchú, contaba montones de billetes de euros a medida que banderas españolas y madrileñas salían por la puerta camino del Ayuntamiento de la Capital

Pascualita, que ha aprendido a subirse a mi cama trepando por las sábanas, se acurrucó en mi pecho descomunal mojada como estaba. Pensé que quería que la cobijara para darle calorcito pero no se trataba de eso, sino de tirarse teta abajo como si fuese un tobogán. 

Así que, entre unas cosas y otras, no he pegado ojo.

Para rematar la faena, Pepe el jivarizado estaba de uñas (las que no tiene) contra mi por haberlo llevado al pie de la guillotina, en plena Revolución francesa. Desde que el pobre se convirtió en una cabeza, después de que el resto de su cuerpo se lo comieran los jíbaros, es muy subceptible con estas cosas. Y para demostrarme lo cabreado que está, en cuanto he entrado a la cocina a desayunar , ha redondeado la boca, me ha enfocado con el ojo-catalejo y ha soltado su OOOOOOOOOOOOOOOOO infinito.

Ahora está en una bolsa del súper, colgando de uno de los barrotes del balcón, dando la serenata a los vecinos que se vuelven locos preguntándose de dónde sale este ruído tan insoportable.


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