jueves, 24 de septiembre de 2020

Va de inauguraciones.

 He pasado junto a la tienda de los chinos del señor Li y está atestada de gente. Y solo quieren una cosa: banderas. Cuanto más grandes, mejor. Con lo flaco que ha sido siempre éste hombre y hay que ver lo orondo que se ha puesto de gozo al ver como crecen los billetes en la caja registradora.

Desde que los de la Capital han puesto de moda inaugurar cualquier cosa, la ciudadanía, que está a dos velas de celebrar acontecimientos por culpa del coronavirus dichoso, se ha apunta a un bombardeo con tal de lucir palmito, beberse unas birras en buena compañía, guardando las distancias siempre. Y echarse unas risas. 

Y para ello necesitan banderas. A pesar de que los políticos madrileños no colocaron ninguna para hacerse la foto de la inauguración del bote dispensador de gel hidroalcohólico en uno de los Metros de Madrid. Y mira que había mogollón de banderas en el Ayuntamiento el otro día. Que derroche, que poderío y después, si te he visto no me acuerdo. ¿Dónde estarán?

Me he acercado, a prudente distancia, para oir de qué hablaba la gente que guardaba cola: - Pues yo quiero la bandera porque me han alicatado el aseo y quiero hacer una inauguración de postín. - Diga usted que sí. - Yo la quiero para inaugurar el dedo del pie derecho... - ¿Se lo han injertado? - ¡Qué va? es que me han quitado un callo que me hacía ver las estrellas y es como si me hubiesen hecho nueva. - A mi marido le he comprado unas pantuflas y las inauguraremos ésta tarde. Vendrán mis hijos y todo...

Pues yo también quiero inaugurar algo. No voy a ser menos que los demás. 

En casa me esperaba la abuela. - "Le he traído otro novio a Pascualita. A ver si éste le dura más" - ¿Ya lo has metido en la olla exprés? - "Todavía no. Me da penita" - ¡Menos mal! así podremos inaugurar el cortejo de la sirena ¿y?... - "Un merluzo vivo" - ¡Anda! No tenemos bandera. - "¡Espera! saca el mantón de Manila de mi abuela, que es guapísimo" - Habrá que cogerlo con pinzas.

Nos hicimos un selfi al meter el merluzo en el agua. Otro cuando Pascualita, ilusionada, se acercó a ver a quien le solucionaría su problemático celo. La abuela siguió haciendo selfis incluso cuando el agua se alborotó  y al final solo quedaron en la olla la sirena, muy cabreada y algunas escamas del merluzo, flotando.


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