viernes, 11 de septiembre de 2020

No hay mal que por bien no venga.

 Me he fijado en los balcones de mis vecinos y da gloria verlos, llenos de plantas, de flores... y el mío no tiene más verde que el que le presta el árbol de la calle. 

Después de mucho pensar, tres vasitos de chinchón on the rock y tres o cuatro cabezaditas, he llegado a la conclusión de que, si tengo abatimiento de ese que me pesa hasta la sombra que llevo arrastrando desde niña, se debe a que no he puesto una maceta en mi vida. 

Ese puede que sea el  motivo por el que nadie se fija en mi, cosa que me imposibilita para tener al bisnieto de mi abuela. En cambio, si tengo un balcón florecido, los posibles candidatos levantarán la vista hacia él y tendrán ganas de ser el padre.

He ido al mercado de Pere Garau a comprar macetas. Las había grandes, pequeñas, medio pensionistas, espectaculares, más humildes... - ¿Y rosas? ¿No tiene rosas? Valiente floristería... - Una señora me ha dicho que - Ahora no es el tiempo, moneta. 

Por fin he visto una flor que me ha gustado. - ¿Qué vale éste Obispo? - El Obispo no sé (estaba de guasa la vendedora) pero el ibisco está a cinco euros el pequeño. - ¡¿Qué!? Con eso compro medio kilo de carne picada. - ¿La pondrá en una maceta? - Pues... no lo había pensado.

Al final me llevé una macetita con flor por dos euros. Hasta que no la coloqué en el balcón, no vi lo pequeña que era y me pareció escuchar risas en el árbol de la calle. 

Tuve que ir a comprar tierra y una maceta grande, a la tienda de los chinos del señor Li. 

La maceta ocupa todo lo ancho del balcón. La tierra está llena de bichitos, muchos se han ido volando cuando he abierto el saco. Y si la planta era pequeña en su macetita, en ésta se pierde.

He quitado tierra. El saco se ha volcado y ha caido una poca a la calle. - ¡Eeeeeeh! (ha gritado alguien) - ¿Qué pasa tiquismiquis? (¡Jesús, que gente. No aguantan nada!) - ¡La madre que te parió! Me ha caído un saco de tierra encima. - Un saco, un saco... ¡Exagerado!... (Tenía razón porque el saco estaba vacío)

Llamaron a la puerta y corrí a coger a Pascualita para protegerme. - ¿Dónde estás, media sardina? (grité por lo bajini) - Tuve que seguir el rastro de agua del suelo y la encontré en la cocina, impulsándose con la cola para llegar a la mesa y beberse lo poco que había dejado yo del chinchón on the rocks.

Al abrir la puerta Pascualita, cabreada por haberla interrumpido, escupió su saliva envenenada. No a mi, que la había girado, sino a Geooooorge que llegaba cargado con los avíos de una paella de marisco... Encima tuve suerte porque, en lugar de cocinar el inglés, el ojo le ocupaba media cara, lo hizo la abuela. ¡Mucho mejor, dónde va a parar!

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