miércoles, 14 de abril de 2021

El caballo.

Bedulio ha venido a casa a requerimiento de los vecinos. - Dicen que tienes un caballo en casa... Lo han oído relinchar. ¿Qué tienes que decir a ésto? - ¿Y dónde se supone que lo tengo? ¿En el balcón tal vez?

La expresión de la cara del Municipal cambió y pasó de la seriedad autoritaria a la de: ¡vaya, hombre, no se me había ocurrido! - Pasa y compruébalo tu mismo. - En ésta casa no entro ni harto de vino. Y se fue escaleras abajo.

Mi primer abuelito, desde la lámpara del comedor, se quejó. - ¿Por qué no ha entrado, con lo que me divierto con él? - Te teme. - ¡Que poca correa tienen algunos!

Salí al balcón a confirmar mis sospechas. En la acera y mirando arriba, Bedulio confirmaba que NO había ningún caballo. - ¿No lo has metido dentro de casa? - Nooooo. - ¿Está en la despensa? - No hay ningún caballo, hombre... Por cierto, mi primer abuelito te manda recuerdos. 

Una vez que el polvo de la calle, levantado por la carrera que se pegó Bedulio al alejarse lo máximo posible, se hubo asentado, entré en la copa del árbol y allí sí estaba el caballo.

Pascualita, metida en mi escote, se lanzó a por él con la dentadura de tiburón abierta de par en par ... y lo único que consiguió fue darse de bruces contra una rama quedándose allí clavada. Porque el caballo es un ánima  como otra cualquiera, solo que vive en el Palacio Episcopal el tío.

 

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