sábado, 24 de abril de 2021

Lo que parecía ser una tarde tranquila...

Pascualita se fue de parranda por casa, reptando como una cobra por los rincones y aproveché para indagar qué le había ocurrido al "sireno" bailarín. 

Metí la mano en el acuario, tocando cada trozo de suelo arenoso, buscando entre las algas... Ahí estaba la cajita de música, destrozada, como si la hubiese pillado una manada de Ñus. 

Seguí mis pesquisas hasta llegar al barco hundido, refugio preferido de Pascualita para dormir a pierna suelta... a cola suelta, mejor. Allí había una bolita dura. Salí con ella al balcón para verla a la luz del sol.

 Constaté que era de plástico, estaba muy mordida, tanto o más que la cajita. Las huellas de los dientes de tiburón estaban por todo. Así que la sirena se "comió" a su amante porque resultó ser una estafa como un castillo.

Pobre Pascualita. Su gozo en un pozo. - "¡Holaaaaaaaaa, nenaaaaaaaa!" - ¿Abuela? Llegas a tiempo. Te presento lo que queda del sireno. - "Pobrecita mía"

- ¿Has venido sola? - "Andresito está en el baño. Ibamos a El Funeral pero al señor le ha entrado una urgencia fisiológica ¡Hombres!"

Entonces recordé que la sirena andaba suelta por casa. - ¡Vamos a buscarla, no sea cosa que la vea Andresito!. En esas estábamos cuando un alarido, un ¡¡¡SOCORRO!!!, un ¡¡¡AY, DIOS MIO!!!, un ¡¡¡AYUDAAAAAAAAAAAA!!! y algunas frases más, nos indicaron que Pascualita y el abuelito, se habían encontrado.

La abuela, como esposa abnegada, abrió la puerta del cuarto de baño, gritando: ¡¡¡¿Qué le has hecho a mi pequeñaja, mal hombre?!!! 

No creo que le hiciera nada, sino, al revés: el llanto del abuelito anegaba el cuarto de baño. - ¡Para, (le grité) o saldremos en barca! - Frenéticas, buscábamos a la sirena. La abuela estaba fuera de sí: - "¡La has aplastado. La has aplastado!" De repente se calló y empezó a aplaudir. - "¡Gracias, gracias!"- se lo decía a Pascualita después de arrancarla de un tirón seco, de las partes blandas, nobles... vamos, de la entrepierna de su marido que, debido al veneno de la sirena, empezaban a tener un tamaño como para llevarlo al circo y exhibirlo.

Después de beberse tres cuartos de botella de chinchón, el abuelito dormía el sueño de los beodos. Sabíamos que, al despertar, no recordaría nada. La abuela, sonriente, también sabía que durante una semana, por lo menos, no saldrían de su casa ni para ir a El Funeral.

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