martes, 27 de abril de 2021

El mirlo blanco.

 La abuela está a buenas con Andresito y no para de ponderarme lo bueno, expléndido, educado, gracioso (¿gracioso? me comenta, telepáticamente, el celoso de mi primer abuelito) galante, enamoradísimo de ella y que si patatín, que si patatán Y ha rematado la retahíla con un: Tuve taaaaanta suerteeeee de encontrar un mirlo blanco... aaaayyyyyyyyy...

De toda la cantinela solo me quedé con la copla del mirlo blanco y rumié que lo comparaba con un trébol de cuatro hojas. Lo cual equivale a decir ¡SUERTE! De modo que, si yo quería buscar un millonario tendría que ponerme a buscar al mirlo blanco. 

Pregunté, como el que no quiére la cosa, si había muchos de ese color. - ¡Poquísimos! - me dijeron. 

A la mañana siguiente, Pascualita se arrastró hasta el balcón a escuchar, atentamente, un trino que no me sonaba. - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaa! 

La Cotilla entró en casa como un elefante en una cacharrería. - ¡Estoy de mirlos hasta la coronilla! Y hay un montón. Les encanta picotear la tiera y la esparcen por todo. El barrendero del barrio los persigue a escobazos porque, acaba de barrer cerca de un alcorque y van ellos y vuelven a sacar la tierra. ¡Cierra el balcón que acabará metiéndose alguno en casa!

¡Hay muchos, según la Cotilla! Tendré que vigilar por si aparece alguno blanco, (me dije a mi misma) y escuché a mi primer abuelito decir por lo bajini: - No es más tonta porque no se entrena... 

La vigilancia duró casi todo el día. Y no vi nada extraordinario. Claro que también di varias cabezadas... ya sería mala suerte que el mirlo blanco hubiese aparecido entonces... - ¿Tú lo has visto, Pascualita? (la sirena ni se dignó mirarme... ¡Claro, lo quería para ella! No le basta con tener un acuario grande ¡no señor! Es una envidiosa ¡pues la voy a fastidiar porque a mi no me quita nadie al mirlo blanco.

Caía la tarde cuando me parapeté en el balcón, junto a las persianas, para pasar desapercibida. Y enconces le vi venir, tranquilo, hacia el árbol de la calle en busca de un rincón para pasar la noche. 

Rápida como el viento, lancé sobre él un bote de pintura blanca que lo dejó chorreando y aturdido mientras yo gritaba a los cuatro vientos: ¡¡¡YA TENGO UN MIRLO BLANCO!!!

Cinco minutos después sonó el timbre de la puerta. Era Bedulio, el Municipal, que me entregó una multa por salvajismo contra los pájaros. - ¿No te da vergüenza? (me dijo) - ¿Sabes aquello de si Mahoma no va a la montaña, la montaña vendrá a Mahoma? Pues es lo que he hecho (Y me sentí muy orgullosa)

Mi primer abuelito murmuraba. - Aún puede ser más tonta... - ¡Abuelitoooooo!

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