sábado, 10 de abril de 2021

Va de polvos.

Me han despertado las voces del árbol de la calle que cantaba hasta desgañitarse. Al abrir los ojos legañosos pensé que le había tocado la Primitiva y sentí como la envidia cochina subía por mi garganta convertida en una bilis asquerosa, menos mal que me di cuenta a tiempo de que los árboles no juegan a eso.

Asomada al balcón, agitando una servilleta roja para que se diera cuenta de que estaba allí, porque a gritos no me oía, conseguí que me viera y escuchara: - ¡¿De qué vas, cantamañanas?! - ¡Hoooolaaaaaaaa! Me estoy dando una gradabilísima ducha como ves. 

En efecto, una fina lluvia que no parecía tener fin, mojaba el árbol y se colaba por sus agradecidas raíces. Como también me mojaba y no tenía ninguna necesidad de ello, entré en casa a desayunar con Pascualita y sus saltos mortales a la taza. Pero dejó pronto de hacerlo porque las vecinas empezaron a llamar a la puerta y tuvo que esconderse en el acuario.

 - ¡Ay, nena, que bien lo pasamos ayer! ¿Podrías darme la receta de la coca? Estaba tan rica que no parecía hecha tuya. Me he pasado la mañana haciendo copias. 

Apunto de abrir una lata de fabada la Cotilla salió de su cuarto con una bolsita en la mano.  - ¡Al final no le pusiste azúcar glas a la coca! Está aquí. - ¡Claro que se lo puse! 

La cara del vejestorio perdió el color y voló de vuelta a su cuarto. Después se puso a gritar, a dúo con el árbol de la calle: - ¡Mis polvos blancos alucinógenos! y el árbol decía: ¡Malditos polvos marrones! - La cosa iba de polvos. Los del árbol, marrones, venidos directamente del Sahára, lo dejaron más sucio que antes de ducharse.

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