jueves, 12 de mayo de 2022

El mosquito.

Estaba asomada al balcón viendo pasar la vida y comentando con los personajes de casa lo caro que está todo en el mercado. Sobre nuestras cabezas los vencejos jugaban a perseguirse entre gritos agudos que anunciaban el verano.

Mi primer abuelito recordaba los precios de cuando vivía y nos partíamos de risa. Aunque lo bueno fue cuando los que contaban esas cosas fueron los comensales de la Santa Cena - ¡Y en arameo! (precisaron)

 De repente, cuando más abierta tenía la boca y batiendo dientes por la risa, un mosquito entró  en ella, perseguido por algunos vencejos, hasta la campanilla y por poco muero asfixiada. Tosí y tosí hasta conseguir arrancarlo y escupirlo. - ¡Hey, que me salpicas, boba de Coria! (gritò el árbol de la calle) A ver si vas a contagiarme el Covid. No estoy vacunado contra todo pronóstico porque soy personaje de riesgo. Tengo más años que la tos. Te quejas de la subida de precios cuando deberías ... que si patatín, que si patatam y etc. etc. etc...  

Seguía hablando pero no lo escuché porque el mosquito, algo maltrecho, estaba de rodillas ante mi implorando por su vida: 

- ¡Escóndeme, alma cándida y generosa! Estoy tan buenorro y lleno de sangre fresca, que los vendejos se matan por comerme. - En cuanto te toque me picaras. - ¡Nooo. Soy un mosquito de palabra! ¡¡¡Escondem...!!!

Miré de nuevo y a mis pies solo estaba Pascualita que había llegado reptando hasta el balcón y ahora se relamía feliz mientras una pata del mosquito asomaba entre sus finos labios blanquecinos.

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