martes, 3 de mayo de 2022

La siesta.

- Abuelito, debo decirte que la última multa que me puso Bedulio la anuló en cuanto le dije que tu estabas por aquí. Es una suerte tenerte cerca. - Estoy muy contento de servir para algo, nena, además de lucir, con gracia y salero, los sudarios de los grandes maestros de la Aguja.

También le di las gracias a Pascualita por haber intervenido entonces, aunque ella no estaba nada contenta con lo que pasó. Y me lo demostró enseñándome los dientecitos de tiburón. -  Ya sé que te tiré por el balcón pero, reconoce que caíste en blando y te llevaste un trocito de Bedulio entre los dientes... - Tampoco ésto le quitó el enfado, así que dejé por imposible a Doña Rencores y me fui a la despensa a ver qué bote me apetecía abrir a mediodía, para comer: ¿fabada o albóndigas con tomate?

Después de comer me recosté en el sofá dispuesta a dormir una reparadora siesta , sin embargo no fue así. De un salto, Pascualita, se plantó en mi escote, mojada y fría como una merluza congelada. Mis gritos despertaron al personal de casa y escuché reproches por parte de todos ellos por el brusco despertar - ¿Y yo qué? ¡Egoístas! 

En ese mismo instante sentí que era arrastrada hasta el balcón cuya cristalera se abrió de par en par para facilitar el trabajo a las bolas de polvo que se habían apoderado de mi capitaneadas por la medio sardina que era quien llevaba la voz cantante... aunque no se la oyera.

- ¿Qué vais a hacer conmigo? (pregunté con un hilo de voz) - ¡Tirarte de cabeza a la acera! (contestaron a coro) - ¡¡¡NOOOOO!!! ¡No os he hecho nadaaaa! - ¿A cuántas de nosotras has hecho desaparecer de un soplido? - Pero si solo sois polvo... - ¿Y crees que por eso no tenemos corazón? ¡¡¡A LA CALLE CON ELLA!!! (gritaron los ácaros del polvo)

El terror me paralizaba mientras era izada sobre la barandilla - ¡¡¡A LA UNA, A LAS DOS, Y A LAS... TRES!!! (gritaron todos a coro) - Y me caí del sofá bañada en un sudor frío que no me gustó nada.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario