domingo, 1 de mayo de 2022

Una historia que no acaba muy bien.

Después de comerme medio bote de fabada me senté en el sofá de la salita y mientras el sol que entraba por la ventana me calentaba, me quedé dormida como un tronco. Fueron unas cosquillas en las piernas lo que me despertaron y miré abajo. Por un momento pensé que vería a Gulliver porque todo lo que me rodeaba eran gentes pequeñas, diminutas. Tampoco puede decirse que todos fueran "gente", por ejemplo, las bolas de polvo no lo eran, pero se arremolinaban a mis pies como los demás.

El bozarrón del árbol de la calle cantando La Ramona, impidió que volviera a dormirme así que hice lo más lógico en estos casos: tomarme unas copitas de chinchón on the rocks para espabilarme.

- ¿Qué os pasa a todos ésta tarde? (pregunté al fin) - Tienes un corazón de oro (me tradujo mi primer abuelito del antiguo arameo de los comensales del cuadro de la Santa Cena. - ¡SI! (gritó, por lo visto Pascualita, aunque yo no le escuché decir ni mú pero si el traductor oficial de mi casa lo dijo, así será) ¡¡¡LOS CARACOLES SE HAN SALVADO GRACIAS A TI!!! 

Bebí otro trago de chinchón para coger el valor de NO confesar que, seguramente, aquellos pobres caracoles que estuvieron en casa, ahora debían estar en las tripas de sus comedores. Y eso me afligió. Pero mi primer abuelito me lanzó un capote de grana y oro que me cubrió de la cabeza a los pies dejándome a oscuras y arruinándome el peinado pero me infundió ánimo

Y, ni corta ni perezosa, salí al balcón como si fuera la puerta grande de Palma. mientras Pepe el jibarizado afinaba su voz, OOOOOOOOOOOOO, que sonó como un clarín. Y una paloma que pasaba por allí me tiró algo que, pensé, era un clavel reventón pero, no. Fue algo más prosaico que puso perdido el capote de excrementos ¡Que asco de bicho!

 

 

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