lunes, 9 de mayo de 2022

Hecatombe.

Parece que mi primer abuelito tiene celos del segundo desde que la abuela lo dejó en mi casa. - Pero si tu eres mi verdadero abuelo. (le digo) - Pero él te ve, habla contigo, se sienta a tu lado... - No hace nada que no hagamos nosotros ahora mismo. - ... tiene dinero y yo no. - Ves, en ésto te doy la razón porque de ti no vimos ni una peseta la abuela y yo. 

Estaba mohíno. No le gustó que se lo echar a en cara. - Piensa que me morí antes de hora y que tu, no solo no habías nacido sino que no estabas ni programada. Además, yo era un currante del montón, guapo, eso no lo voy a negar pero no tenía caudales como el puñetero Andresito. - No le llames puñetero, al fin y al cabo, es hijo de la Momia, tu amor platónico, abuelito. - Ese es el único fallo que le veo a ésta maravillosa mujer.

Decidí dejarlo por imposible. Sabía que el cabreo le duraría lo que tardara uno de los grandes modistos en ofrecerle un nuevo sudario.

En la salita, Andresito miraba la tele sin percatarse que, con sus pies, había propiciado una hecatombe. El viento que dejaba entrar la cristalera del comedor, porque decía: - ¡Aquí huele a pies! ¡Que asco! - se metía por todos los rincones de la casa y cuando encontró unas cuantas bolas de polvo debajo de mi cama, se volvió juguetón y no paró hasta juntar todas las que había por casa formando un rebaño que marchaba a regañadientes pasillo adelante hasta llegar a la salita. Una vez allí y antes de que pudieran guarecerse bajo el sofá, entró Andresito y las pisó. 

Fue un caso desgraciado. Y ahora, las que quedaron enteras, me reclaman una Pared de los Finados como la que hay en El Funeral. 

Por lo pronto, para celebrar el duelo, Pascualita y yo hemos brindado con chinchón unas cuantas veces, en memoria de las bolas de polvo que ya no tendré que barrer.

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