jueves, 26 de mayo de 2022

¿Quién pagará los cristales rotos?

He tenido que cantarle las cuarenta al árbol de la calle. - ¡Ya sabes lo que te toca, listo!¡PAGAR UNA CRISTALERA NUEVA! - ¿Tienes sillas en tu casa? ¿sí? pues coge una y espera sentada, boba de Coria.

Se me ha puesto chulito y yo no me he quedado atrás. Pronto se han formado dos bandos cuando los gorriones y las hojitas entraron en conflicto: ellos a mi favor porque les doy miguitas de pan casi todos los días. La hojitas, a favor del árbol que, al fin y al cabo, es su padre. 

Rápidamente sonaron más voces: los cristales esparcidos por el suelo que pertenecían al interior de la cristalera, estaban conmigo. Los exteriores, con el árbol.

Pepe el jibarizado, siendo una cabeza vacía, no se enteraba muy bien de qué iba la cosa y a ratos estaba a mi favor y a ratos no. En cualquier caso lanzaba OOOOOOOOOOOOO a diestro y siniestro.

Los comensales de la Santa Cena se dividieron: seis a favor del árbol y los otros seis a favor mío. La única que no tomó partido fue Pascualita que harta de oírnos, saltó a la rama más próxima al balcón y clavó sus dientes de tiburón. El veneno de su saliva es tan efectivo que, poco después, el árbol tenía una rama de un tamaño tan colosal que se doblaba bajo su peso.

La sirena se giró hacia mi escupiéndome a la cara aunque, con un rápido quiebro de cintura, me salvé por los pelos. Sin embargo el veneno fue a parar a una de las bolas de polvo que , mientras lloraba como una Magdalena, crecía, crecía y crecía hasta salir rodando al balcón y de allí a la calle donde siguió creciendo y persiguiendo a los coches para aplastarlos con su enorme peso.

Y, a todo esto, seguimos sin cristalera.

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