lunes, 6 de junio de 2022

Dichosa letra.

Me disfracé de lagarterana para que nadie me reconociera al volver a la Feria del Libro porque debía evitar que la abuela mostrara la sirena al juez y al Lucero del Alba.

Me hice un itinerario mental de las calles que llevan al Paseo del Born y no tienen árboles. Así me libré de tener unos cuantos cardenales más.

Corrí alocadamente hasta que mis piernas no dieron más de sí pero ya estaba llegando y, de lejos, vi el tumulto de mujeres peleándose por lograr un autógrafo del Juez sin tener que guardar cola. 

Me subí a uno de los bancos del Paseo buscando a la abuela desde las alturas. Reconocí su mano de uñas cuidadísimas, pintadas de verde esperanza que, sobresaliendo sobre todas las cabezas que la rodeaban, se abrió lanzando un poco más allá, a una furiosa Pascualita que, en medio minuto dejó a más de una, monda y lironda.

Aquello era un guirigay de gritos, blasfemias, llantos, carreras alocadas de quienes huían de no sabían qué. 

Usando los codos a modo de machete afiladísimo de película de tupidas selvas africanas, logré abrirme camino y coger al vuelo a una medio sardina fuera de sí y por tanto, muy peligrosa. 

Sin darle tiempo a reaccionar, la metí a presión en el termo de los chinos y cerré el tapón. Acababa de hacerlo cuando el señor Li apareció delante de mi: - ¡Ostras, que susto me ha dado! 

Sus ojos eran dos rayitas en una cara de luna llena. - ¿Pol qué lleval tú telmo tan feo colgado del cuello, boba de Colia? - Esto... Hace juego con mi cutis. - ¡Sel hololoso! ¿Pol qué españoles invental dichosa letla ELE? - ¿La L? - ¡NO, la R! (la dibujó en el aire) - Ah, la ERRE. - ¡Exacto: la EL.LE!

Y así estuvimos hasta que se nos echó la noche encima.

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