jueves, 16 de junio de 2022

La Ola de Calor.

Se me quejan, a dúo, las dos partes de la cristalera del balcón. La parte interior porque no quiere que abra y la exterior porque quiere entrar en casa para evitar las horas más fuertes del calor. Lo único que se me ha ocurrido hacer para calmarlas ha sido tirar un cubo de agua a una y a otra. El resultado no ha sido el que yo esperaba: he duchado a unos turistas que se habían separado de su grupo y aparecieron por los alrededores del mercado de Pere Garau. 

Al verme asomada me insultaron en arameo. Uno, blandiendo una botella de cerveza a medio beber, quería lincharme. Les he gritado, porque cuando no entiendes ni te entienden, lo mejor es hablar a gritos, que la ducha era un regalo made in Majorca para ayudarles a pasar la nueva ola de calor. Alguien tradujo y aplaudieron todos menos el de la botella porque, en lugar de agua hubiese preferido cerveza a granel. 

Más tarde me senté en el rincón del balcón donde aún quedaba un poco de sombra del árbol de la calle. El pobre empezó a jadear: - Con tanto calor voy a terminar como las fallas de Valencia ¡Saca un abanico, nena! ¡Y el botijo! - Parece que no pero, algo nos refrescó. Lo malo fue que atrajimos la curiosidad de la Ola de Calor que se acercó peligrosamente.

- ¡¡¡Abanica más deprisa, boba de Coria, que estoy que ardo!!! - ¡Solo me faltaba eso! Abanicate tú, guapita y no te arrimes tanto que nos chamuscas. - La Ola de Calor torció el gesto. - Lo siento. No es la profesión que hubiese elegido yo pero me viene dada por tradición. A mi me gustaría estar en el Polo Sur. Bañarme en agua heladas. Taparme bajo montañas de nieve... Estoy depre... 

Me compadecí de ella y le acerqué el botijo: - Abre la boca. Verás que fresquita está el agua. - Pero fue peor el remedio que la enfermedad. La bocanada de calor que salió de aquella boca reventó el botijo y secó el agua. La Ola de Calor estaba decepcionada y el árbol y yo, olíamos a chamusquina.

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