domingo, 19 de junio de 2022

La abuela cotillea.

El rolls royce, dejando tras de si y alrededor, un concierto de pitos y juramentos en arameo, aparcó como siempre, en la parada del bus. Minutos después entraba la abuela en casa seguida de su mayordomo inglés, Geoooorge.

- "Como solo te acuerdas de Santa Bárbara cuando truena, vengo a ver que tal va todo por aquí porque, según dice la Cotilla, pasan cosas raras" - ¿Raras? Lo más raro es ella, abuela. Acabará en la cárcel o en manos de la Mafia china porque el señor Li ya está hasta las narices de que se lleve su mercancía por la patilla. - "Bah, esto son tontás comparado con lo que dice que ocurre en éste piso. Te ha visto hablar con el árbol que da junto al balcón" . Ah, bueno. ¿Qué mal hay en que lo salude. A las plantas hay que hablarles. Lo dicen los expertos y fíjate, está mas bonito que ningún otro. - "Eso es verdad..."

La abuela se dio un garbeo por la cocina mientras Geoooorge preparaba el te. - "¿Y qué me dices de éste tiparraco que es más feo que pegarle a un padre.?" - No sabía de quién me hablaba, otra cosa hubiese sido de haber dicho tiparracA. Ahí hubiera reconocido a Pascualita. Al ver mi expresión especificó: "¿Te parece normal que digas que a Pepe el jibarizado le ha crecido un ojo-catalejo" - Solo tienes que mirarlo... (me sorprendí) - "Eso es algo que le pegarías con pegamento Imedio" - Como si no tuviera nada mejor que hacer.

Al sentirse aludido, Pepe el jibarizado soltó su: - OOOOOOOOOOOOOOOOOOO. - ¿Lo oyes? ¡Ya se ha ofendido!

Pero la abuela buscaba otra información y como el que no quiere la cosa, dijo: - "¿Tú primer abuelito está aquí o es un cuento chino?" - Fue nombrarlo y apareció envuelto en  un sudario dorado bordado con hilos de plata que salían de un lingote que colgaba de su cuello. Resplandecía. Y se lo comenté a la abuela. - "No veo yo ningún resplandor, nena..." 

El resplandor fue tan intenso que Pascualita saltó de su acuario egipcio para esconderse en mi escote, bocabajo, mientras la abuela bajaba la escalera saltando los escalones de cuatro en cuatro sin miedo a que se le desconyuntara la cadera. Pero era Geoooorge el que más corría con la taza de te, humeante, en las manos.

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