lunes, 11 de julio de 2022

El baile de San Vito.

La casa tenía el baile de San Vito. El tembleque iba cobrando intensidad a menudo que pasaban los segundos y el repiqueteo de lámparas y figuritas, platos, vasos ... terminó por despertarme del todo. 

Abrí los ojos y todo estaba oscuro sin embargo, tuve la sensación de que era observada y no me gustó. - ¿Abuelito... ? - No contestó. - La soledad nocturna metida en la boca de un lobo con Parkinson no es agradable y me tapé la cabeza con la sábana.Me sentí "protegida" hasta que Pepe el jibarizado lanzó su OOOOOOOOOOOOOOOOO más lúgubre. - ¡Calla, jodío!  (clamé sumergida en sudor) La voz del abuelito apareció, de pronto, en mi cerebro: - ¿Me has llamado? - ¡Jesús, María y José. Que sustoooo! 

Me dio una explicación que toda nieta espera de su abuelito: - Lo primero que quiero decirte es que, en el Más Allá, también dormimos: - ¡Ah! no lo sabía. Pensaba que me espiabas... ¿Sabes porque se mueve la casa como si le hubiese dado un telele? - Por simpatía. - Pues no me parece nada simpático sino preocupante. Se puede venir abajo. - Por simpatía con el árbol de la calle que tiembla desde que, en su cabeza se desarrolló la idea de lo que quiere decir INVASIÓN.

- ¿Y estoy despierta y asustada por una tontería del árbolito de las narices? (me enfurecí) - En ese momento el abuelito se dejó ver iluminando la habitación como una discoteca sesentera y supe por qué me sentía observada: un montón de ojos me rodeaban, empezando por los de los comensales de la Santa Cena que se habían bajado del cuadro, asustados perdídos. Estaban raros porque seguían teniendo la misma pose de siempre. Claro, después de más de dos mil años así, es difícil que el cuerpo cambie de postura.

Los demás ojos eran de las bolas de polvo; de un montón de hojitas del árbol; de las frágiles bailarinas de Madagascar y que Pascualita (que no me miraba a mi sino a ellas) comía como si fueran chuches

 

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