sábado, 9 de julio de 2022

Embajadora de Madagascar.

Llegó volando con la levedad de una plumita de edredón sueco. Un ¡ooooooooh! admirativo salía de las gargantas más variopintas, a su paso, al tiempo que los ojos se abrían desorbitados por la admiración que causaba.

Pascualita y yo, sentadas en el suelo del balcón, la vimos venir como si se tratara de la mismísima Campanilla. Se paró a una distancia prudencial de nosotras y dijo con voz cantarina: - ¡Hola! Soy una semilla de jazmín de Madagascar.  ¡Hola! (susurré impactada por su personalidad) 

El árbol de la calle, tan grande, tan fuerte, tan tragón, tan... tímido en esos momentos, dejó escapar un ruidoso suspiro e, inmediatamente, cantó El brindis de la Traviata a pleno pulmón.

Uno de los comensales de la Santa Cena preguntó: - ¿Está lejos Madagascar? - Lejísimo. Soy una embajadora plenipotenciaria de mi país. - ¿Vienes a invadirnos? - Se podría decir que sí... - Empieza por mi, guapa (el árbol de la calle estaba lanzado) Elige la rama que más te guste y acoplate a ella.

A mi me subieron los colores a la cara. De repente llovía sobre mi... Eran las babas del abuelito que salían de su boca por tenerla abierta de par en par. - ¡Vale, ya, que no hay para tanto! (yo estaba celosa) - Mientras, la semilla se dejaba querer dando pasos de ballet como si fuera la genuína Paulova.

Un silbido admirativo por parte del Viento, que acababa de descubrir a la semilla,  dio al traste con la "fiesta". Ella, tan frágil ante la fuerza del vendaval, salió despedida hacia nosotras cayendo en la boca de Pascualita que se abrió y se cerró a la velocidad de un parpadeo.

 

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