viernes, 8 de julio de 2022

Trágico encuentro.

La Mafia china vigila mi casa para pillar a la Cotilla, supongo, pero no ha aparecido por aquí. Yo los miro desde el balcón mientras, junto a Pascualita, desayunamos cola cao con tostadas con aceite. He metido a la sirena y su taza, en un barreño porque a ésta le da igual desayunar en el Palacio Real que en medio del desierto del Sahara. Ella tiene que tirarse de cabeza en la taza y poner perdido todo lo que está a su alrededor.

El árbol de la calle está manchado de cola cao, el balcón, yo y, por supuesto, los chinos porque estaban debajo. Afortunadamente no creo que hayan visto a Pascualita, solo me faltaba tener por aquí al señor Li en busca de gambas gordas.

Mientras lo pensaba apareció en mi calle el señor Li, a todo correr, gritando: - ¡¡¡Boba de Coliaaaaaa. Yo sabel que tu tenel gambas goldaaaaaaas!!!

Le encargué al árbol de la calle que lo entretuviera mientras ponía a Pascualita a salvo aunque no sabía dónde. Y vaya si tuvo entretenimiento el eñor Li. Cuando estaba a punto de pasar junto al árbol éste dejó caer una rama al suelo. El pobre hombre dio tal salto que a punto estuvo de subirse al balcón.

Mi primer abuelito aplaudió entusiasmado: - ¡Este tío acaba de inventar una nueva manera de jugar a baloncesto encestando a los jugadores en lugar de la pelota!

Escondí a Pascualita en el cuadro de la Santa Cena, entre los pliegues del mantel. Eché una ojeada y todo iba bien, la sirena no se veía pero, uno de los comensales, cansado del largo ayuno de dos mil y pico de años, le pegó un pellizco a la cola de sardina, supongo que dispuesto a probarla pero se encontró con la dentadura de tiburón saliendo a pasear y chocando contra su nariz que, de un bocado, desapareció entre los afilados dientes.

Nunca nadie ha cantado una saeta con tanto sentimiento (eso me parecieron sus lamentos) ni ningún elefante ha tenido una trompa taaaaaaan grande...

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