sábado, 30 de julio de 2022

Represalia.

De repente sentí un acuciante antojo de perritos calientes. - ¡Avemariapurísimaaaaa! ( la Cotilla, a la que había obligado a entregarme las llaves de MI CASA después del incendio, acababa de entrar ¡sin que yo le abriera!)

Viendo mi cara, mitad de asombro, mitad de cabreo, habló con la voz más angelical de su repertorio: - Hoy vengo con ganas de invitarte a comer ¿qué te parece, nenita? - Me parece que me ha engañado como a un chino y tiene un montón de copias de mis llaves ¡Ya me las está entregando ipso facto!

- Bueno ¿y qué te apetece, bobita de Coria? ¿Hamburguesas, perritos calientes...? - El caso es que se me hacía la boca agua y caí en su trampa. De todas meneras le salió caro el convite porque pedí para los presentes, por ejemplo mi primer abuelito. - ¡Pero si está...! bueno... ya sabes - ¿Y qué tiene que ver eso con el comer? ¡Mírelo, ya ha aparecido! Que guapo estás con éste sudario de helado de vainilla ¡y que rico! - ¡Nena, no me destroces el traje!

Sobrecogida,  a pesar de no tener la certeza de si el ánima del abuelito estaba presente o no, claudicó en comprarle un perrito caliente. A él se sumaron el árbol de la calle, la cristalera (por ambas caras), los comensales de la Santa Cena, aunque éstos se echaron atrás al oir la palabra: perrito. - ¡Salvajes! gritaron y como llevan dos mil años a palo seco se dieron con un canto en los dientes y a seguir ayunando,

Pepe el jibarizado dejó oir su OOOOOOOOOOOOOOOOOO No quería ser menos que los demás. 

Para Pascualita pedí dos docenas. Es tan tragona que se los comerá en un plis plás.

La Cotilla se hacía cruces. - ¿Piensas montar una tienda de perritos calientes? - Verá lo pronto que se terminan. - ¡Ah!, tienes la Solitaria ¿verdad? - Usted haga el pedido que de lo demás me encargo yo y con el miedo que pasaron con el incendio... - ¿Quiénes? - ... mejor que sobre que no que falte.

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