Se está terminando el agua de mar de la garrafa de Pascualita. Habrá que ir a la playa a llenarla. Este paseo le gusta mucho porque ve la posibilidad de escaparse del termo de los chinos y volver al mar que la vió nacer hace una burrada de millones de años.
Yo la soltaría pero a la abuela le daría un ataque, de asma y de añoranza. Y lo peor sería su venganza. He pensado que mejor dejo a la sirena en casa y me evito problemas. Pero Pascualita ya me ha enseñado los dientes. En la radio dicen que tendremos nubosidad variable. Miro por el balcón y el cielo está azul. ¡Pues vamos a la playa!
Pascualita viaja en el termo de los chinos encantada de la vida. Yo camino a buen paso deseando darme uno de los últimos baños de éste verano.
De repente el cielo se oscurece. Miro a las montañas - ¿Lloverá? Pues no he traído paraguas. - Sigo mi marcha porque, sí o sí, tengo que llenar la garrafa. Sale un sol esplendoroso. Conmigo viene dos sonrisas: la mía y la de la sirena.
Al llegar a la arena me quedo en bañador. Se levanta un viento fuerte y fresco y estornudo. Pascualita está nerviosa. Lleno la garrafa y al volver junto a mi ropa oigo una escandalera. Una gaviota curiosa quiere comerse a la sirena. Suena un trueno y retumba la tierra. Se oscurece el cielo y San Pedro abre los grifos para que caiga el Diluvio Universal número ni te cuento.
Llego a casa cansada, hecha una sopa bajo una sol resplandeciente y más cabreada que un mono.
La abuela corrió al lado de su amiguita del alma mientras que a mi me caía un rapapolvo por haber llevado a Pascualita bajo la lluvia. - ¡Es agua dulce, boba de Coria! Que cruz tengo contigo...
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