¡Uf!, que mala noche he pasado. Aún no habían puesto las calles ni la Cotilla había vuelto de sus trapicheos, cuando me levanté y corrí al comedor a ver a Pascualita. Dormía como un lirón en la arena del fondo de la pila de lavar y respiré tranquila al ver que estaba entera y tan fea como siempre.
- Menos mal que estás bien (dije, sin darme cuenta de que lo hacía en voz alta) - La sirena abrió los ojos y frunció el ceño. - Huy, no te enfades. Ya te dejo en paz - Y me di la vuelta para volver a la cama. - ¡Quieta, parada, nena! ¿qué pasa? - El árbol de la calle, siempre pendiente de todo, me dio el alto.
- Nada, nada... Es que he tenido una pesadilla (me acerqué al balcón y bajé la voz) - ¡Cuenta, cuenta! - En un momento ese CUENTA se convirtió en un mantra coreado por todos los habitantes de la casa.Y no me quedó más remedio que hacerles caso.
- He soñado que un tiburón se comía a Pascualita... - De la cocina llegó el OOOOOOOOOOO de Pepe el jibarizado.
Luciendo un maravilloso sudario verde esperanza que lanzaba cohetes y tracas, apareció mi primer abuelito para traducir lo dicho por Pepe: ¡A mi también me comieron!
Entonces la sirena, sentada en el borde de la pila de lavar, se comunicó con mi abuelito telepáticamente: - ¡¿Tiburones a mi?! Me los como en escabeche.
Que chula es la jodía.
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