jueves, 26 de julio de 2018

¡Vamos a la playa!

Sigo teniendo miedo cuando voy a la playa. Allí todo está lleno de mensajes amenazantes... ¿Cómo saben que la sirena vive en mi casa?... ¿Sabrán también que la encontré yo dentro de una lata de sardinas en aceite y que, a punto estuve de comérmela?

 He convencido a la abuela para ir juntas a la playa. Con el termo de los chinos colgado del cuello y Pascualita, asomada a él, mirando el panorama si saber que nunca más vería paisajes cómo éstos.

La abuela estaba pendiente del semáforo. - "Tendré que hablar con el Alcalde para que haga que cambie más rápido. Llevamos una hora de plantón" - Por fin pisamos la arena y sentí que el suelo se abría a mis pies. Grité: - ¡Arenas movedizaaaaaaaaaaaaaas! - "¿Siempre tienes que dar la nota, boba de Coria?" -  Y siguió andando sin preocuparse de si las arenas me tragaban o no. Se paró muy cerca de la orilla y yo empecé a sudar copiosamente: - ¡El agua me habla! - "Pídele un bisnieto jajajajajajaja Que tonta llegas a ser, hija mía"

Un poco más allá había una extraña figura varada en la arena. - "¿Qué será eso? Ves a ver..." - ¡Sí, hombre! Me cogerá... - Pero fui. Me acerqué con mucha precaución. Primero me pareció una barca neumática deshinchada - ¡Una patera! (pensé) - Luego se convirtió en un cadáver, mecido por el agua. - ¡Oh, no! pobre persona Nadie le presta atención... - Seguí avanzando, cada vez más despacio y tomó la forma de un tronco de árbol. Un tronco con varias ramas sin hojas.

- ¡Vaya tronco más grande! (exclamé aliviada) - Una voz me contestó. - Y lleva tiempo en remojo porque tiene hasta percebes pegados. - Di un respingo ¡hasta el tronco venía a por mi!. Una mujer apareció en el otro lado, estaba agachada cogiendo los bichos. Disimulé mi estupor y fijándome dije - Aquí hay más... son pequeñitos pero para una picadita bastarán.

Volví sobre mis pasos. Le expliqué a la abuela lo que había visto - "¿Y has dejado que se lleve los percebes? ¿Tú sabes a cuánto van en el mercado, tonta de las narices?" - Entonces nos dimos cuenta de que Pascualita ¡no estaba y no había podido despedirme de ella!

Vimos el rastro que dejó al reptar sobre la arena camino del mar - "¡Al final te habrás salido con la tuya y se ha ido para siempre! (gritó la abuela) ¡Volveré a mis ataques de asma! ¡Ya la añoroooooo. Pascualitaaaaaa! - ¡Está allí! Luchando contra la gaviota. - La batalla fue desigual porque, aunque el ave era mucho más grande que la sirena, ella había clavado sus dientes de tiburón en uno de sus muslos que iba hinchandose exagerada y rápidamente, gracias al veneno que destilaban. Y la gaviota no tardó en caer al suelo, desequilibrada y muy dolorida. Entonces me acerqué y arranqué a Pascualita, que llevaba un buen pedazo de carne sanguinolenta en la boca.

Mientras dábamos gritos y saltos de alegría, la gente nos miraba sin comprender a qué venía aquello. Me di cuenta de que mi egoísmo le podía al sentido común y preferí tenerla con nosotros en lugar de devolverla al mar. La próxima vez que vaya a la playa me pondré tapones en las orejas y si me amenaza no lo oiré. Y aquí paz y después, gloria.


No hay comentarios:

Publicar un comentario