martes, 8 de enero de 2019

El unicornio.

Juro que no había probado ni una gota de chinchón cuando salí a la calle ésta mañana y me encontré con el Unicornio.

Iba a comprar el periódico porque me había levantado con ganas de gastar dinero. Son días peligrosos éstos porque puedo llevarme a casa cosas que no necesito para nada y me quedo con la cartera vacía. Así que, para calmar el ansia, nada mejor que planear las compras e ir descartando de antemano lo que no es necesario.

Pero como lo que no es necesario es lo que me gusta, vuelvo a la casilla de salida y me digo: - ¿Voy a ser más pobre por comprarme un capricho? ... Es en esos momentos cuando veo como, sobre mi cabeza, el demonio y el ángel pelean para llevarme a su terreno. Y puedo decir que, en la mayoría de los casos, gana el demonio.

De todas maneras, como estamos escalando la cuesta de Enero, llevaba poco dinero. Y he empezado a gastarlo en el periódico matinal. Es algo a lo que le saco provecho. Lo amortizo, vaya.

Primero lo leo, hago los crucigramas, veo el tiempo, las esquelas, las efemérides. Lo releo y acabo cabreada a cuenta de los políticos de turno. Ahí es cuando me tomo mi primer chinchón.

Unas hojas sirven para forrar el fondo del cubo de la basura, otras para no pisar el suelo recién fregado, con otras me lío el bocadillo de la mañana. Las que quedan las empleo para limpiar cristales y, si aún sobra alguna, forro los cajones de la cocina. Y todo esto por 1,30 euros.

Iba tan contenta pensando en qué me gastaría los siguientes diez euros que me quedaban cuando apareció el Unicornio y me encapriché de él al instante. - ¡Lo quiero, lo quiero! - grité mientras corría tras él. ¡Que antojo, por Dios! aunque también había algo más. Si lograba alcanzarlo tendría en mi poder dos de los seres más extraordinarios de la Creación que se creían extinguidos hace milenios: la Sirena y el Unicornio.

¡Me voy a forrar! (pensé, entusiasmada) - Y casi al instante me di cuenta de que no se los podría enseñar NUNCA a nadie. Y mi entusiasmo decreció.

- ¡Bueno, qué! ¿lo compra o no? - me dijo la mujer que vendía los globos de helio mientras me tendía la mano que sujetaba la cuerda a la que estaba atado el unicornio. - ¡Que no tengo todo el día, coñe! - Miré a ambos lados de la calle. No había nadie e hice el trueque: un unicornio por seis euros.

Se lo enseñé a Pascualita, explicándole que se trataba de alguien tan valioso como ella. No debí hacerlo porque la media sardina es un saco de envidia. De pronto saltó sobre el unicornio, con la boca abierta y clavó sus dientes de tiburón en el brillante cuello rosa de uno de los más bellos animales que han ¿existido?

La explosión fue tan fuerte que la sirena cayó de espaldas, entre asombrada porque la comida había desaparecido y dolorida por la costalada que se dio contra el suelo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario