jueves, 3 de enero de 2019

¿Promocionando el turismo de invierno?

La noticia ha corrido como la pólvora por la ciudad. Las comisarías están llenas de gentes que acuden a poner una denuncia y ponen a parir a los municipales - ¿Por qué no han vigilado mi balcón?. ¡Ni mi ventana! - Los pobres guardias están desbordados entre el ladrón de Reyes Magos escaladores y el Pirómano "oficial" que, día sí, día no, quema contenedores donde le pille.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaa! - Ataqué a la Cotilla en cuanto entró en casa. - ¡Pirómana! - ¿Qué es eso? - ¡Incendiaria de contenedores! - ¡Me estás insultando, boba de Coria! - ¡Quien es capaz de robar Reyes Magos, también lo es de quemar contenedores! - ¿Quemarlos yo? Pero si de allí saco muchas de las cosas que vendo y de las que comemos, atontada. Yo también busco a ese desgraciado ¡y se va a enterar cuando lo encuentre!

En el telediario nacional han hablado del rapto de muñequitos trapadores. - Es algo inaudito que solo ha ocurrido en Palma. Nuestros reporteros están tratando de averiguar si es una tradición ancestral, rescatada del baúl de los recuerdos de aquella bella ciudad isleña, junto con la cremación de contenedores, noche sí y noche también. Les seguiremos informando y quién sabe, tal vez todo ello sirva para potenciar el turismo de invierno convocando concursos internacionales de quema de contenedores con arte y desparpajo.

Entramos en el comedor y gritamos como si nos fuera la vida en ello. Cientos de Reyes Magos trepaban por las sillas, los cuadros, el calendario nuevo, las lámparas, la Santa Cena heredada de una tía abuela, el acuario. Pascualita los esperaba con la boca abierta y la dentadura de tiburón preparada para triturar cuanto muñequito caía al agua. - ¡¿Qué es esto, Cotilla?! - ¡Se quieren ir a cumplir con su deber! ¡Abre el balcón!

De tres en tres, los reyecitos fueron saltando, en un suicidio simulado, a la calle y una vez en la acera, salían corriendo con rumbo mágico y desconocido.
 
Nos llevó un tiempo descolgar a todos los que se habían enredado en las ramas del árbol de la calle. Poco después estábamos solas. - Se nota un gran vacío... aayyy...

Nos quedamos mirando las musarañas, sintiendo como el frío se instalaba en nuestros huesos y fui a por chinchón para calentarnos. Tomamos cuatro o cinco copas... o puede que fueran algunas más y se obró el milagro. - ¡Buff, que calorcito más rico! Me arde la cara (exclamó la Cotilla) - Y a mi... ¡Lo que arde es el contenedor de basura! Hemos tenido al pirómano debajo del balcón ¡y no lo hemos visto! ¡¡¡CABRONAZOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO... ¡HIP!...!!! - Y el eco repitió, mi grito, de esquina en esquina.

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