miércoles, 16 de enero de 2019

San Antonio.

He visto a Bedulio pasar debajo del balcón de mi casa haciendo, con los dedos, el signo de ¡Lagarto, lagarto!. El pobre  no levanta cabeza. De pronto, un ser fantástico surgió a su espalda. Enorme como un titán, con unos cuernos retorcidos y astifinos. El cuerpo rojo y tiznado de negro por rozarse con las grandes ollas del Infierno donde se cuecen, a fuego lento, las almas pecadoras.

Se me puso la carne de gallina y corrí en busca de Pascualita por si yo necesitaba protección ante tan aterradora aparición. Pensé que tendría que avisar al Municipal y corrí, de nuevo, al balcón pero no hizo falta avisarle porque el Demonio danzaba ya, al rededor del pobre Bedulio, haciendo sonar un enorme cencerro.

Con el terror pintado en la cara, Bedulio, que no daba crédito a lo que veía, quedó petrificado. Apenas respiraba. Los ojos bailaban en sus órbitas. Sudaba a mares. Entonces abrió la boca y no pudo gritar. Quiso hablar y tampoco le salió la voz... A Pascualita le hizo mucha gracia y no paró de hacer la señal de OK y aplaudir con sus manitas palmeadas.

Entonces Bedulio echó a correr como un galgo y a punto estuvo de salirse de la isla y caer al mar.

- Algo no va bien. (Le dije a Pascualita)

De repente mi casa se vio rodeada de demonios de todo color y todo pelajes. El concierto de cencerros fue apoteósico. Y a mi me dieron unas ganas terribles de bajar a la calle y unirme a las fiestas de la Víspera de San Antonio. Se lo propuse a Pascualita y le pareció bien.

Le hice una careta con dos agujeros para la nariz y uno para la boca, a Pascualita, con un trocito de un folio, después me puse mi disfraz de demonio y salimos a la calle dispuestas a ponernos el mundo por montera.

En la calle la gente gritaba: ¡Viva San Antonio! y se arrimaban a los foguerons a torrar longanizas, botifarrones, panceta y, bebímos  y bailamos al compás de la jota.  Pascualita y yo nos perdimos entre los que, como nosotros, festejaban al Santo, amigo de los animales.

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