lunes, 14 de enero de 2019

La venganza de los gorriones.

Todo el mundo me pregunta si he ido al Caribe a pasar las Navidades. Naturalmente, digo que sí. Y todo se debe a mi piel morena, mi pelo extraño y las largas pestañas postizas que llevo... desde que el Drac de na Coca me chamuscó, con cariño, eso sí, con su cálido aliento.

Para mí que el dichoso dragón es muy aficionado a las guindillas y el ardor de estómago le sale en forma de llamarada.

En vísperas de San Sebastian debe estar muy ocupado asistiendo a festejos y me ha dejado tranquila. Los pájaros han vuelto al árbol de la calle pero no lo han hecho felices y contentos, sino cabreadísimos conmigo, como si las llamaradas fueran cosa mía. Me han declarado la guerra y me bombardean con sus excrementos. Al balcón no puedo salir sin paraguas.

Los vecinos se han quejado porque dicen que les afea la fachada. ¡¿Y qué culpa tengo yo?! Me he quejado al Ayuntamiento pero, como estamos en víspera de fiestas, me han dado largas para dentro de unas semanas. Para entonces el balcón estará hasta arriba de inmundicias.

La abuela no para de criticarme: - "¿Quién te manda hacerte amiga del Drac? ¡A un buen bombero te tienes que arrimar y no a un bicho prehistórico!"  "No puedes tener esta porquería en casa" "Busca una manera de congraciarte con los pajaritos"

Intenté ésto último. Saqué las últimas magdalenas que me quedaban en la despensa de las que trajo la Cotilla del contenedor del súper, antes de las Navidades. Poco a poco, los gorriones se fueron acercando y picotearon aquí y allá. A través del visillo les vi salir volando hacia sus nidos. ¡Ni una miga consiguieron arrancar de aquellas magdalenas acorazadas. Duras como el granito!

Los pajarillos tomaron esto como una nueva ofensa y redoblaron sus bombardeos fecales.

Las denuncias se sucedían, una tras otra y fue Bedulio el encargado de hacérmelas llegar y obligarme a cumplir la ley. - ¿Pasas? - le pregunté cuando vino a casa. - ¡Ni loco! Estás endemoniada. Tú y tu primer abuelito. - Aquello me sublevó. - No hables tan fuerte porque ronda por aquí. - ¿Seguro...? - Todo el valor que se le suponía, acababa de esfumarse. - Venga, hombre, ánimate. - No puedo con los... fantasmas. Es algo... que me ... supera... - Le ofrecía una copita de chinchón. - No... debería... - Entonces le tendí la botella. Y no dijo que no.


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